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viernes, 26 de julio de 2013

Entre Marías y McCarthy (I): rituales y parodias de rituales

"Todo ritual implica derramamiento de sangre. Los que eluden este requerimiento son mera parodia" (Meridiano de sangre. Cormac McCarthy)

"Huyo de la sordidez como de la peste" (Fiebre y lanza. Javier Marías)

No buscaba nada en particular cuando en Abril de este año decidí leer alternadamente cada tomo de las dos trilogías: Tu rostro mañana (2004 – 2007) y Trilogía de la frontera (1992 -1998). Es decir: Marías, McCarthy, Marías, McCarthy, Marías y McCarthy. O: Fiebre y Lanza de Marías, Todos los hermosos caballos de McCarthy, Baile y sueño de Marías, En la frontera de McCarthy, Veneno, sombra y adiós de Marías y Ciudades de la llanura de McCarthy. En la mitad del camino se me cruzó sin embargo Meridiano de sangre del autor norteamericano así que decidí incluirlo. Las huellas quedaron entonces marcando algo así: fiebre, hermosos, baile, en la frontera, meridiano, veneno y ciudades. O, si se prefiere, algo así: lanza, caballos, sueño, sangre, sombra y llanura. O algo así:


O, para resumir, algo así:



O, mejor, algo así: un sueño en el que hermosos, afiebrados, envenenados y ensangrentados caballos atravesados por lanzas, bailan en la frontera de la llanura. En retrospectiva, es este último camino el que más me satisface y, no por casualidad, es el que más se parece a McCarthy y menos a Marías.

En meridiano, el Juez Holden, un hombre que al decir de Bolaño ansía saberlo todo y destruirlo todo (Entre paréntesis), dice que todo ritual implica derramamiento de sangre y que los que eluden este requerimiento son mera parodia. La trilogía de McCarthy, en efecto, está llena de sangre. Llena de rituales. De degollamientos, de árboles de bebés muertos, de cabelleras arrancadas, de sombrillas hechas de huesos y pieles de animales muertos en medio del desierto. Hay mil rituales. Cada cacería, cada cabeza que cae, cada charco de sangre pareciera ser un ritual. Rituales llenos de significados, pero que se han hundido todos en uno sólo que los abarca: la desesperanza. Suena paradójico, pero funciona, y quizás sea una de las mejores metáforas de nuestros tiempos: rituales que una y otra vez alimentan la desesperanza, el final de todo (la trilogía transcurre en la frontera entre México y Estados Unidos en el siglo XIX).


En Sueño (en el segundo tomo de Marías) hay otro ritual, pero, si asumimos como cierta la sentencia del juez Holden (que a propósito guarda una sorprendente relación con el Klaus Hass de 2666 de Bolaño, sorprendente en serio, tanto que Hass pudiera parecer una copia de Holden), no es más que una parodia. Y no sólo porque no incluya derramamiento de sangre, sino porque no es más una evocación. Tupra, jefe de Deza en una especie de agencia de espionaje, ha decidido darle una lección inolvidable a un sujeto español pasado de copas. Para ese efecto decide –es más un agente aristocrático que uno de esos detectives solitarios dispuestos a volarse la cabeza de un balazo en la boca, es decir: es un personaje de Marías y no de McCarthy o de Bolaño o de Lamborghini– utilizar una antigua y costosísima espada (Katzbalger o Lansquenete o auténtica[1]) que siempre carga camuflada en su gabán, calzarse unos guantes negros y amagar con ella la decapitación del español que, tras una serie de circunstancias que no vienen al caso, se encuentra de rodillas junto al inodoro presto a olerse una línea de cocaína que el mismo Tupra le ha obsequiado premeditadamente y que, por lo tanto, ha dejado el cuello, presto éste también, al descubierto para recibir el filo de la corta y letal espada. Tupra amaga, pero nunca lo decapita. Hace tres o cuatro amagues mientras el sujeto arrodillado cierra los ojos y llora, pero no lo decapita, apenas lo roza. Al final decide propinarle un par de golpes contra la pared que le dejan con varias costillas rotas, se quita los guantes, los arroja al inodoro, pide un peine prestado, lo usa, dirige un par de palabras calculadas al sujeto que yace en el suelo, se abriga nuevamente con el gabán, guarda la espada y sale del baño del bar en el que se encontraban. Deza ha presenciado todo el episodio, un ritual en efecto, y un rato más tarde se dedica a lanzar acalorados reclamos a su jefe por lo que considera la inutilidad dotada de un anacronismo (por el uso de una espada y por su antigüedad) cuyo sentido no alcanza a dilucidar. Tupra le responde, sereno, oliendo a colonia aftershave:

“Justamente. Si yo le saco a un individuo una pistola o una navaja, es seguro que se asustará, pero será un susto convencional, o trillado, como te he dicho, quizás esa es la palabra. Porque eso es lo habitual hoy en día y desde ya un par de siglos, de hecho va para antiguo. Si nos atracan o nos secuestran, si nos amenazan para que cantemos o quieran obligarnos a algo o se disponen a escarmentarnos, en casi todos los casos será a punta de pistola o cuchillo: eso es lo que la gente se agencia y además es lo cómodo y práctico, lo que cabe en un bolsillo y podemos sacar rápidamente con tan sólo una mano, y lo que suponemos que el otro lleva cuando presentimos un mal encuentro. […]. En cambio, una espada –añadió muy pronto–. Ríete ahora, búrlate por su extravagancia, por su anacronismo, hasta por su herrumbre. Tú no viste tu cara cuando la descubriste en mis manos. Viste la del macaco, con eso debería bastarte –bueno, la verdad es que dijo ‘monkey’, ‘mono’ a secas, sería imposible oír ‘macaque’ como insulto, en boca inglesa–. Seguramente es el arma que más miedo da, justamente por su incongruencia  en estos tiempos en que casi nadie lucha acercándose, o sólo como deporte curiosos […]. Todo va hacia la ocultación del que mata, hacia su anonimato desde hace siglos, y todo hacia la deshonra; y eso hace que una espada parezca ir más en serio que cualquier otra arma. –‘In earnest’ fue lo que dijo–. Parece imposible empuñarla en vano, no sé yo si te das cuenta: parece imposible hacer algo distinto a usarla, y de usarla inmediatamente”

Pero no la utilizó. Nunca dejó de ser una parodia, una parodia de ritual. Una evocación: la evocación del tiempo pasado, del honor de la guerra, de las espadas gloriosas.

Una nota al pie para terminar: Batman vs. Bane (The dark knight rises) puede funcionar como analogía. Adoptar el miedo, adoptar la oscuridad vs. Vivir en el miedo, en la oscuridad, en el horror. En uno de los enfrenta
McCarthy con "Three 6 Mafia"
mientos entre los dos personajes, Batman realiza uno de sus trucos baratos y se hunde en la oscuridad. Entonces Bane le dice: “Oh, crees que la oscuridad es tu aliada. Pero en realidad lo que hiciste fue adoptarla. Yo nací en ella. Fui moldeado por ella. Yo no vi la luz hasta que ya era un hombre, y entonces para mí no fue más que ceguera. Las sombras te traicionan porque te pertenecen”. El artificio de Batman, su evocación de la verdadera oscuridad, el artificio de Tupra, su evocación del pasado, quedan al descubierto entonces.

Al final tenemos entonces rituales, rituales hundidos en la desesperanza y parodias de rituales.

Pero no se trata sólo de los rituales. A su lado están las palabras. Ese será el objeto de la segunda parte.

pdta: Creo que con haber puesto la foto de Marías en frac y la de McCarthy con "Three 6 Mafia" habría sido suficiente

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