En cada uno de sus ensayos, Agamben, Deleuze y Pardo se dedican a escarbar
en las consecuencias filosóficas y lingüísticas de la fórmula I would prefer not to del relato Bartleby el escribiente de Melville. La
idea general que queda luego de leer los tres textos está basada en la frase de
Aristóteles según la cual “toda potencia es también potencia de no”.
La fórmula lingüística de Bartleby (cuya indeterminación se pierde en la
traducción al castellano “preferiría no
hacerlo” al agregar el verbo) es, según los autores, la más pura exaltación
de la potencia, es decir de una forma
de habitar el mundo en la que se renuncia al acto, al hacer, y más bien se sitúa en la indeterminación de lo que puede
ser o no ser al mismo tiempo o, mejor, de lo que es y no es al mismo
tiempo. Cuando Bartleby se mantiene en su preferiría
no…, lo que hace es negar el paso tanto a la afirmación como a la negación,
manteniendo intacta la posibilidad de
las dos, de la potencia.
Esta exaltación de la potencia en la
formula de Bartleby tiene una doble cara en apariencia contradictoria: de un
lado, desactiva la relación entre personas y entre palabras y cosas, es decir cancela,
y de otro, mantiene intactas la contingencia del mundo, la posibilidad de que
pase cualquier cosa, es decir habilita, crea.
En cuanto a la primera de las cancelaciones –la posibilidad de asignar roles a
los individuos a partir de las decisiones que toman– dicen Agamben y Deleuze:
“La fórmula I would prefer not to desactiva aquello actos de habla mediante
los cuales un jefe puede dar órdenes, un amigo bienintencionado puede hacer
preguntas o un hombre de fe puede prometer. Si Bartleby se negase a algo, aún
podría ser reconocido como un rebelde o un contestatario y recibir en condición
de tal un estatuto social. Pero la fórmula desactiva todo acto de habla al
mismo tiempo que convierte a Bartleby en un mero excluido a quien no cabe ya
atribuir situación social alguna” (Deleuze). “Bartleby no consiente pero tampoco se limita a negar, y nada le es más
extraño que el pathos heroico de la negación” (Agamben)
Bartleby entonces, según esto, no es, como
suele ser visto, un ejemplo de resistencia: nunca se niega, nunca se opone,
nunca dice no, solamente preferiría no.
Se dedica, de nuevo, a exaltar la indeterminación, a cancelar el paso de la
potencia al acto.
De otro lado, cancela además el vínculo
entre las palabras y las cosas:
“es como si el ‘to’ con el que concluye, que
tiene un carácter anafórico puesto que no remite directamente a un segmento de realidad sino a un término
precedente, único gracias al cual puede adquirir significado, se absolutizase
hasta perder toda referencia, volviéndose, por así decirlo, sobre la frase
misma: anáfora absoluta que gira sobre sí misma, sin remitir a un objeto real
ni a un término anaforizado (i would
prefer not to prefer not to…) (Agamben)
La fórmula que Bartleby repite no predica
nada, se suspende en sí misma, y a la vez se aniquila.
Pero lo mejor de esta exaltación de la
potencia es justamente la otra cara de la moneda, una que no cancela sino que crea: al evitar el paso del momento de
la potencia –en el que cualquier cosa
es posible– al de acto –en el que sólo un camino toma forma eliminando los
otros que antes eran igual de posibles–, el I
would prefer not to se convierte en realidad en el mejor elogio a la
creatividad innata a la indeterminación de la potencia, en la que cualquier
hecho, cualquier pensamiento, cualquier decisión, es siempre posible. En este
sentido la decisión, la acción, cancelaría la multiplicidad, castraría la
creatividad, mientras que la ausencia de decisiones y de actos se encargaría de
mantenerla siempre viva, eterna.
La vida de Bartleby termina encarnado,
literalmente, esa eternización de la potencia, de la falta de acción. Su vida,
que se ha convertido en un bucle lingüístico, en la pura inacción, en la
cancelación del tiempo, no puede terminar entonces de otra manera sino en la
misma anulación que encarna su frase; su muerte no es entonces asumida como un
hecho extraño sino como simplemente la última y máxima exaltación de la ausencia
de acto. Agamben lo dice así para terminar su texto:
“la interrupción de la escritura señala el
paso a la creación segunda, en la que Dios reclama su potencia de no ser y crea
a partir del punto de indiferencia entre potencia e impotencia. La creación que
se cumple de ese modo no es una recreación ni una repetición, sino más bien una
descreación, en la cual lo que ha ocurrido y lo que no ha pasado se restituyen
a su unidad originaria en la mente de Dios, y en la cual aquello que podía no
ser y ha sido se difumina en aquello que podía ser y no fue” (135). Bartleby
alcanza el centro inverificable de su “verificarse o no verificarse…. Por eso
el patio amurallado no es, después de todo, un lugar tan triste. Es el cielo y
es la hierba. Y la criatura sabe perfectamente “dónde se encuentra”
En fin. Tal vez la gran mentira de las
sociedades contemporáneas sea la ilusión –que en realidad se ha convertido en
la obligación– de elegir; de cierta forma Bartleby
descubre el engaño y se resiste a seguirlo; y quizás no sea el único: la
sociedad Aire de Dylan creando ideas
para nunca llevarlas a cabo; Ignacio Escobar en Sin remedio negándose a tomar cualquier decisión sobre su vida;
Maqroll el Gaviero de Álvaro Mutis negando la utilidad de cualquier tipo de
empresa humana; la epoqué de los
escépticos; el viejo y romántico poeta de Vicky,
Cristina, Barcelona de Woody Allen que ha decidido escribir versos hermosos
para nunca ser entregados al mundo, o todo el experimento en el que se embarca
uno de los personajes de Lisbon Story
de Wim Wenders en el que se dedica a crear imágenes que nunca serán hechas
públicas. Menos ruido, menos opciones, menos alternativas, menos campos en los
que sea posible, necesario u obligatorio elegir. El salto al tema del regreso a lo primitivo en Álvaro Mutis
es evidente, pero de eso escribiré luego.