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lunes, 1 de julio de 2013

A propósito de Charlie Parker

Ha habido hombres difíciles de agarrar, difíciles de comprender, imposibles de predecir. Y no porque sean o hayan sido irreverentes, o al menos no porque así se lo hayan propuesto, sino más bien porque nunca  dejaron de ser niños. En ellos siempre se confunde la inocencia y la curiosidad que nunca desaparecen, con una suerte del dolor acumulado de los años porque, como a Horacio en "La historia de Horacio" del colombiano Tomás González, el mundo se les mete entero, como sin filtro, de un solo bocado. Viven entonces atribulados, revolcados, como con vértigo. Si sólo fueran lo primero, sólo niños sin dolor, harían cosas bonitas, tendrían los ojos, los oídos y la boca siempre abiertos. Si sólo fueran lo segundo, sujetos atribulados pero sin curiosidad, quizás estarían o habrían quedado en el olvido, en la negra espalda del tiempo. Pero la gracia está en que combinan las dos cosas: son niños que han acumulado el dolor del mundo. Pero hay algo más. No entienden nada. Sobre todo no entienden de dónde viene su dolor y no pueden entonces hacer nada más con él que darle-vueltas-y-sacarlo-de-formas-inesperadas. En eso suelen tener mucho de autistas. Curiosidad. Dolor. Incomprensión. Soledad. Creatividad.

A William Bonney le decían "El niño" a pesar de que siempre parecía cansado, como obligado a llevar un arma, como si fuera una vocación que se carga sin querer, como un viejo de veintiún años que ya no entiende nada mientras camina en medio del desierto.



Cassius Marcelus Clay -Mohammad Ali- cargaba con gusto su vocación. Gozaba posando de bravucón detrás de su rostro de niño. De vez en cuando se le escapaba una sonrisa casi imperceptible mientras ofendía a uno de sus contrincantes, como si en realidad siempre estuviera jugando. En alguna ocasión, por ejemplo, contestó a la pregunta telefónica de por qué se había negado a ir a pelear a Vietnam diciendo que ni siquiera sabía dónde quedaba Vietnam y que a él el Vietcong no le había hecho nada. Nunca se sabía si hablaba o no serio. De hecho ni siquiera él parecía saberlo. Siempre estaba en el límite entre los dos estados. Véanlo aquí por ejemplo:



El caso de Eleonora Fagan Gough era distinto. Ella sí que estaba cargada de dolor. También le decían Billy, Billy Holiday. Fue violada y ejerció la prostitución un período antes de ser cantante. Su voz era ronca cuando hablaba, como perdida pero dispuesta a reírse con ganas, desde abajo pero con ganas. Todo lo contrario ocurría cuando cantaba: su voz era dulce y nasal, como de niña. Bailaba apenas moviéndose, con los brazos siempre doblados, como si todos los trajes le quedaran demasiado estrechos. Mientras cantaba se movía como con timidez, como inocente, como una pequeña niña que canta por primera vez. Sólo conociendo el resto de su vida era posible imaginarse que era la misma mujer luego perdida en la depresión y el alcohol. Una niña adolorida.

 

Pero de quien quería hablar en realidad era de Charlie Parker, "Bird". Murió a los treinta y cinco años. El médico que hizo la autopsia dijo que tenía el cuerpo de un viejo de sesenta. En efecto sonreía como un niño atribulado por una vocación que le había tocado en gracia. Para ello basta verlo aquí con Coleman Haukins:


Un niño gordito y bonachón. E igual que con Holiday: duele imaginárselo encerrado, deprimido y perdido, duele imaginárselo recibiendo la llamada para enterarse de la muerte de su hija un año antes que la suya propia.

Ha habido entonces grandes hombres (y mujeres) que combinan el dolor, la inocencia y la creatividad. No serían lo mismo si alguno de los tres les faltara. Cortázar escribió "El perseguidor", un cuento grandioso sobre Parker. El propósito de todo lo anterior era simplemente dejar aquí la versión que Osias Wilenski hizo en 1965 del cuento del escritor argentino. Larga vida a Charlie Parker.

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