Lo que no me cayó bien fue su última novela, "La parte inventada" (Random House, 2014) que se parece tanto al texto que leía en el 2011 en Casa de América. No sé bien cómo arrancar y tampoco quiero arruinar la lectura de quien se anime a acercarse a sus 566 páginas. Lo que puedo decir es que ninguna de las sinopsis del libro, que fueron las que me motivaron a comprarlo, habla del estilo, de la forma que, según ha dicho Fresán, es la peor víctima de muchos escritores contemporáneos que "cuentan pero no escriben". La idea que según Fresán lo llevó a escribir la novela es buenísima: las relaciones entre ficción y realidad en la cabeza de un escritor venido a menos que quiere escribir sobre su vida y sobre la labor de la escritura. El resultado es un libro que, como dice casi al final, "piense como un escritor en el acto de ponerse a pensar un libro, en lo que piensa cuando se le ocurre un libro, cuando ese libro le ocurre, y qué ocurre con ese libro". Se trata, sin duda, de una apuesta arriesgadísima y muy a tono con el llamado actual a una literatura no lineal, que cruce voces distintas y hasta contradictorias, relativa (en el sentido en que no quiere acercarse a la verdad), juguetona, etcétera. El libro cumple con su cometido: pies de páginas integrados al texto, cambios en el tipo de letra, frases tachadas y corregidas a continuación, saltos en el tiempo, fragmentos, opiniones más que acciones, y luego opiniones, y luego menos acciones, y luego opiniones y más opiniones. Vila-Matas decía una vez que un escritor es un señor solo, sentado en su escritorio comentando el mundo y, claro, apartado en lugar de estar ahí. Insisto: con creces Fresán ha cumplido su cometido.
Pero es que lo que no logro tragarme, el sapo que me cuesta tanto pasarme, es justamente el cometido. En la mesa de la sala de mi casa tengo los libros que estoy leyendo. El más abultado es "La broma infinita" del difunto David Foster Wallace. 1208 páginas, de las cuales 100 corresponden, no a asesinatos de mujeres en la fronteras México-Estados Unidos, sino a "Notas y erratas". Voy por la mitad y debo confesar que me ha costado trabajo. La semana pasada compré a Pynchon, "El arcoiris de gravedad", 1152 páginas. También estará en la mesa de la sala pero por ahora está en la sección de pendientes. Según he leído, además de ser para varios críticos la mejor novela norteamericana del siglo veinte, es una novela (¿?) en la que cada página puede hablar de un tema distinto y en la que las digresiones del narrador rodean y enhebran la historia. "La broma infinita" me ha costado y me ha gustado. "Tu rostro mañana", la trilogía de Javier Marías, también con pocas acciones, muchos datos y muchas digresiones, no me costó y me gustó. Pero "La parte inventada" me costó y no me gustó. La pregunta es por qué. No lo sé bien, pero creo puedo aventurar dos respuestas posibles.
Un lector conservador: Me aterra que las historias desaparezcan. Me aterra que el interminable flujo de datos, de vínculos, de hipervínculos, de información, termine dificultando cada vez más la necesidad y el placer de contar y de leer historias y, con ellas, acciones y personajes a los que nos vamos acercando lentamente a través de cada página, acciones y misterios que se van tejiendo despacio para, en el caso de los mejores, dejarnos con un inmenso interrogante en la cabeza. Hay maneras y maneras de contar las historias. No tiene por qué hacerse de manera lineal, tampoco desde una única voz (aunque no creo que estas fórmulas deban ser condenadas de aquí en adelante), pero, por favor, que no desaparezcan, ¿si? No quiere decir ésto que Pynchon, Wallace o Fresán no cuenten historias. ¡Por supuesto que lo hacen! ¡De hecho cuentas muchas historias! Se trata, simplemente, de que las innovaciones estilísticas no las terminen ahogando. ¡No a las novelas del siglo diecinueve!, está bien. También está bien: ¡No a los artificios estilísticos del siglo veintiuno!
En contra de la perorata: "La parte inventada" está cruzada por un reclamo que deviene en sermón dicho de decenas de maneras (y no exagero con el "decenas"): los libros digitales, el facebook, el twitter, las tabletas, etcétera, etcétera. De muchísimas maneras, en muchas páginas, con múltiples ejemplos, Fresán se dedica a sermonearnos una y otra vez acerca de la estupidez de los "lectores de ahora". Al comienzo de la novela lo dice, en medio de un largo paréntesis: "De ser posible evitar este tipo de párrafos de aquí en más porque, dicen, espanta a muchos de los lectores de hoy. A los lectores electrocutados de ahora, acostumbrados a leer rápido y a leer breve en pantallas pequeñas. Y, sí, adiós a todos ellos, al menos por el tiempo que dura y dure este libro. desenchufarse de fuentes externas para sólo alimentarse de electricidad interna. Y esa es -warning!, warning!-, al menos en principio y en el principio, la idea aquí, la idea aquí en más, están advertidos". Luego lo vuelve a decir y luego lo dice otra vez (¡de hecho, llega a hacerlo con frases repetidas!). Pero, y aquí lo más curioso, la novela (¿es ésto una novela?) de Fresán ingresa y navega justamente en este nuevo llamado al que también han acudido los lectores a los que tanto regaña: una novela de vínculos, de hipervínculos, de fragmentos, de datos eruditos, de información ¿Qué sentirá Fresán al saber que la mayoría de quienes dicen, en internet por supuesto, que leerán el libro, aclaran que lo harán en la versión e-book? Simplemente, creo que los juegos y artilugios utilizados por Fresán y por otros en la literatura, pueden ser entendidos como parte del mismo conjunto de herramientas que utilizan muchos de los lectores de twitter y facebook.
En fin. Sé que estoy pecando de conservador. De hecho, lo más seguro es que no esté entendiendo nada. Lo extraño es que me siento ahora como el escritor venido a menos de la novela de Fresán.
Pdta 2: En internet hay muchas reseñas favorables a la novela.