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jueves, 12 de diciembre de 2013

"Dos poemas para Lautaro" Roberto Bolaño

Dos poemas de Roberto Bolaño para su hijo Lautaro. Se queda uno sin palabras:

Lee a los viejos poetas
Lee a los viejos poetas, hijo mío
y no te arrepentirás
Entre las telarañas y las maderas podridas
de barcos varados en el Purgatorio
allí están ellos
¡cantando!
¡ridículos y heroicos!
Los viejos poetas
Palpitantes en sus ofrendas
Nómades abiertos en canal y ofrecidos
a la Nada
(pero ellos no viven en la Nada
sino en los Sueños)
Lee a los viejos poetas
y cuida sus libros
Es uno de los pocos consejos
que te puede dar tu padre

Biblioteca
Libros que compro
Entre las extrañas lluvias
Y el calor
De 1992
Y que ya he leído
O que nunca leeré
Libros para que lea mí hijo
La biblioteca de Lautaro
Que deberá resistir
Otras lluvias
Y otros calores infernales
-Así pues, la consigna es ésta:
Resistid queridos libritos
Atravesad los días como caballeros medievales
Y cuidad de mi hijo
En los años venideros

miércoles, 16 de octubre de 2013

La velocidad de la luz. Javier Cercas. 2005

La novela de Cercas deja ver dos picos de un inmenso iceberg que se mantiene oculto: el primer pico, el más visible pero menos importante, es la guerra de Vietnam y particularmente la experiencia velada de Rodney, un veterano antiguo integrante de la famosa Tiger force. El segundo, es la experiencia del escritor encargado de escribir la historia del veterano gracias a la amistad que mantiene con él en la ciudad de Urbana siendo profesores universitarios. Conviven entonces dos registros en la novela: el de la guerra y el de la labor literaria. El primero es el de Rodney y el segundo el del narrador escritor. Termina perviviendo el segundo, la lucha de un escritor por escribir sobre la guerra. La pregunta que pervive a lo largo del relato es entonces la siguiente: ¿Es posible escribir sobre el horror?, ¿es posible siquiera entenderlo?

El inmenso iceberg que se esconde debajo es el de lo inenarrable, el iceberg de lo que no puede ser contado, ni escrito ni nombrado, es decir, el iceberg de la Verdad. Dice Rodney cuando recién ha comenzado a tejerse la relación con el escritor: "La verdad es siempre absurda. Las cosas que tienen sentido no son verdad". Y ya desde entonces se plantea la sin salida entre las dos realidades, la imposibilidad de entender y contar lo vivido por Rodney en Vietnam. ¿Y es que acaso la labor de la literatura, de las palabras en general, de la especie humana, no es otra que ordenar, comprender, explicar y, en último término, huir de la incertidumbre? ¿Qué le queda entonces a la literatura cuando se parte de que la esencia de la Verdad es su absurdidad, su ausencia de sentido? La lucha del narrador que busca contar la historia termina entonces reducida al iceberg que vemos en la superficie, a la lucha misma por escribir: el narrador cuenta la historia en efecto, cuenta la experiencia del veterano en My Khe, cuenta su dolor, cuenta su ensimismamiento, cuenta su transformación en medio del Horror, pero lentamente algo va quedando sepultado bajo la superficie, algo que, sospechamos, es lo más parecido a la Verdad.

Una de las cartas escritas por Rodney a su padre después de ocurrido en My Khe deja ver una pequeña luz (aunque luz no en realidad la palabra indicada) de esa Verdad. La transcribo casi completa:

"Ahora conozco la verdad de la guerra. La verdad de esta guerra y de cualquier otra guerra, la verdad de todas las guerras... Todo el mundo conoce aquí esa verdad, sólo que nadie tiene el valor de admitirla. Todos mienten. Yo también. Quiero decir que yo también mentía hasta que he dejado de hacerlo, hasta que me he asqueado de mentir, hasta que la mentira me ha asqueado más que la muerte: la mentira es sucia, la muerte es limpia. Y ésa es precisamente la verdad que todo el mundo aquí conoce (que conoce cualquiera que haya estado en una guerra) y nadie quiere admitir. Que todo ésto es hermoso: que la guerra es hermosa, que el combate es hermoso, que es hermosa la muerte. No me refiero a la belleza de la luna elevándose como una moneda plateada en la noche sofocante de los arrozales, ni a las cintas de sangre que dibujan en la oscuridad las balas trazadoras, ni al instante milagroso del silencio que algunos atardeceres abren en el bullicio sin pausa de la jungla, ni a esos momentos extremos en que uno parece anularse y con él se anulan su miedo y su angustia y su soledad y su vergüenza y se funden con la vergüenza y la soledad y la angustia y el miedo de quienes están a su lado, y entonces la identidad gozosamente se evapora y uno ya no es nadie. No, no es sólo eso. Es sobre todo la alegría de matar, no sólo porque mientras son los otros los que mueren uno sigue vivo, sino también porque no hay placer comparable al placer de matar, no hay sensación comparable a la sensación portentosa de matar, de arrebatarle todo lo que tiene y es a otro ser humano absolutamente idéntico a uno mismo, uno siente entonces algo que ni siquiera podía imaginar que es posible sentir, una sensación semejante a la que debimos sentir al nacer y hemos olvidado, o a la que sintió Dios al crearnos o a la que debe sentirse pariendo, sí, eso es exactamente lo que uno siente cuando mata, ¿no, papá?, la sensación que uno está haciendo algo por fin importante, algo verdaderamente esencial, algo para lo que había venido preparándose sin saberlo durante toda la vida y que, de no haber podido hacerlo, le hubiera convertido sin remedio en un desecho, en un hombre sin verdad, sin cohesión y sin sustancia, porque matar es tan hermoso que nos completa, le obliga a uno a llegar a zonas de sí mismo que ni siquiera atisbaba, es como estar descubriéndose... La guerra permite ir muy lejos y muy deprisa, más lejos y más deprisa todavía, más deprisa, más deprisa, más deprisa, hay momentos en que de repente todo se acelera y una fulguración, un vértigo y una pérdida, la certeza devastadora de que si consiguiéramos viajar más deprisa que la luz veríamos el futuro. Eso es lo que he descubierto... Pero lo que me asquea no es que eso sea verdad, sino que nadie diga la verdad, y estoy a punto de preguntarme por qué nadie lo hace y se me ocurre algo que nunca se me había ocurrido, y es que quizás nadie lo diga no por cobardía, sino simplemente porque suena falso o absurdo o monstruoso... porque las cosas que tienen sentido no son verdad. Son sólo verdades cortadas, espejismos: la verdad es siempre absurda".

Y por eso Rodney no escribe a pesar de ser un lector voraz, porque sabe que de eso no se puede escribir. Por eso todos los soldados de la Tiger force hicieron un pacto de silencio frente a todo lo ocurrido en Vietnam. Decidieron callarlo no por proteger a la patria. Decidieron guardar silencio no para protegerse a ellos mismos. Decidieron hacerlo porque sabían que la Verdad quema y que quizás sea mejor mantenerla oculta o, mejor, porque la Verdad no existe para ser conocida.

El narrador escribe la historia porque es una deuda con su amigo, pero ninguna duda queda de que lo realmente importante se mantiene sumergido debajo del agua helada. La sensación final no es otra que el fracaso de la literatura frente a lo que existe para no ser contado. Becket decía: Nombrar, no, nada es nombrable, decir, no, nada es decible, entonces qué, no sé, no tenía que haber comenzado.

miércoles, 2 de octubre de 2013

"La marquesa nunca se resignó a quedarse en casa". Sergio Pitol (en "El arte de la fuga")

Compré "Trilogía de la memoria" de Sergo Pitol (Anagrama) hace un par de días. Lo dejé en la repisa de libros pendiente de la biblioteca prometiéndome mantenerlo allí hasta no terminar "Mazurca para dos muertos" de Camilo José Cela. No aguanté las ganas, comencé a leerlo y ha sido encantador, realmente encantador. En algún momento escribiré algo, pero por ahora sencillamente dejo uno de los mejores apartados de la primera novela de la trilogía ("El arte de la fuga"). Se trata de una suerte de juego literario para defender la novela del final que habían anunciado algunos surrealistas en su tiempo. Lo mejor de todo es que para ello, Pitol acude a los comienzos de algunas novelas emblemáticas que van desde "Ulises" de Joyce hasta "Absalón, Absalón" de Faulkner, para mostrar con ellos todo lo que la marquesa, representante de esas novelas románticas, comenzó a perderse y que, nada más y nada menos, marcaba el resurgimiento de la novela de la mano de personajes como Buck Mulligan o el hombre sin atributos de Musil.

Sin más, aquí dejo el texto:

"Una sensación de desastre recorre el mundo. La novela la registra y, al hacerlo, resplandece. Mientras más huele a podrido en Dinamarca —y hoy Dinamarca parece ser buena parte del universo— más indispensable se vuelve la novela. Ultima Thule, reflejo de un indomable impulso de sobrevivencia, de la preservación de la forma frente al caos, del esfuerzo sobre la abulia, del espíritu sobre la materia informe, la novela es todo eso y algunas cosas más. Avivada por tensiones extremas, testigo de desgarraduras violentas, nutrida a veces de caviar y perdices y otras con carroña, reaparece hoy en el escenario internacional con salud envidiable. Florece con una plenitud que envidiarían las rosas. Hela ahí: proteica, generosa, arriesgada, ubicua, escéptica,respondona, indócil. Cada crisis de la sociedad la hace regenerarse. Cambia de piel cuando le es necesario. Se crece ante las adversidades. Hoy vive uno de sus grandes momentos y, por lo mismo, ya habrá entre nosotros quienes comiencen a predecir su próxima extinción. Posiblemente ya le han elegido el ataúd y el lugar del entierro. Esa profecía forma parte de los usos y costumbres de nuestro siglo. Cada vez que la novela se revigoriza alguien vocea su decreto de muerte. La verdad es que con ella no hay quien pueda.

Esa muerte la anunció Ortega, también Bretón y a ella aludió de paso Paul Valéry con una frase que de inmediato se hizo célebre. André Bretón reproduce un comentario de Valéry referente a su resistencia de iniciar alguna por no poder escribir algo tan banal como "la marquesa salió a las cinco". ¿Será tal vez posible que por buena educación el autor delCementerio marino hubiera dicho la frase sólo para complacer a Bretón, quien desdeñaba ese género literario, es decir de una manera casual, para mantener la conversación y esquivar el vacío? ¿O pudo haber sido que en ese momento Valéry pensara en algunos de los novelistas de moda en esos días, Paul Morand o André Maurois, por ejemplo, en cuyas páginas siempre era posible ver a una marquesa salir a las cinco de su casa tal vez para llegar con unos cuantos minutos de retraso a tomar el té en el Ritz? ¡Vaya Dios a saberlo!

La verdad es que "la marquesa salió a las cinco" es un incipit ideal para estimular la cursilería de un cierto tipo de lectores a quienes les regocija oír hablar de marquesas, princesas y baronesas, tanto como de las cenicientas que después de conocer todas las desdichas y vejaciones imaginables terminan casándose con marqueses, príncipes o barones. La ausencia del nombre de aquella dama impone de por sí cierta confianza, da por hecho que se trata de la marquesa o una de las marquesas del barrio. Si, por ejemplo, el lector hubiese leído la marquesa de Rochefoucauld, o la de Varennes, eso le habría intimidado un poco, pero una marquesa a secas inspira confianza, en esa escueta sencillez hay algo reconfortante, casi casero, un aroma de chocolate y bollos de canela recién horneados.

Es posible también que Valéry, abstraído por otros afanes, requerido por otros temas y otras épocas, no haya percibido que la novela no era ya lo que era, y que lejos de Morand, de Maurois y de Montherlant, que también tiene lo suyo, nuevos escritores en Francia y, sobre todo, en otras latitudes se empeñaban en transformar el lenguaje narrativo e iniciaban sus novelas de muy distinta manera.

Solemne, el gordo Buck Mulligan avanzó desde la salida de la escalera llevando un cuenco de espuma de jabón, y encima, cruzados, un espejo y una navaja. La suave brisa de la mañana le sostenía levemente en alto, y, detrás de él, la bata amarilla desceñida. Elevó en el aire el cuenco y entonó: Introito ad altare Dei.

Impera en el párrafo una expresa voluntad de vulgaridad. Su lectura no produce el delicioso tremor que anuncia la aparición en la calle de una marquesa. En vez de una dama vestida por Molineux o Schiaparelli, aturdida por acudir puntualmente a una cita, que bien podría cambiar su vida, con el apuesto hijo de un banquero italiano, o de dirigirse al taller de su joyero con el fin de hacerle ajustar la montura a una de sus famosas dormilonas de esmeraldas, o al despacho de un sórdido prestamista para empeñarlas allí mismo, nos encontramos en presencia de un hombre gordo, unos pedestres implementos de barbería y una bata amarilla desceñida que establecen un pronunciado oxímoron, que no deja de ser divertido, con el latín litúrgico: "Introito ad altareDei »

Veamos otro principio de novela:

El —porque no cabía duda sobre su sexo, aunque la moda de la época contribuyera a disfrazarlo — estaba acometiendo con su sable la cabeza de un moro que pendía de las vigas. La cabeza era del color de una vieja bola de fútbol, y más o menos de la misma forma, salvo por las mejillas hundidas y una hebra o dos de pelo seco y ordinario, como el pelo de un coco.

La referencia a la determinación del sexo del protagonista, su acometividad contra la cabeza de un moro colgada de una viga, la semejanza con una vieja pelota de fútbol nos producen de inmediato un ligero desconcierto. ¿En qué mundo hemos penetrado? La brutalidad de golpear una cabeza, fuese la de un moro o la de cualquier otro individuo, se diluye de inmediato, se vuelve irreal por la levedad del tono narrativo. Hay más bien una especie de humor extravagante que se potencia al comparar esa cabeza con un balón de fútbol y su cabello con el pelo seco de un coco. No podemos asegurar que aquella dama exquisita hubiera deseado salir de su casa a las cinco para asistir a espectáculos tan poco habituales. No era pacata, no, nada de eso, pero carecía de humor y por ello ciertas excentricidades la destemplaban en extremo; no sabía cómo comportarse, y eso era lo peor que podía ocurrirle. En vez de salir esa tarde se quedó jugueteando con un par de guantes de cabritilla color verde musgo, esperando una llamada telefónica que nunca llegó. Al final estaba postrada y tan furiosa que hubiera podido desgarrar los guantes a dentelladas.

La primera cita es de 1922. Son las primeras líneas del Ulises de James Joyce; la segunda, de1928, corresponde al inicio del Orlando de Virginia Woolf. Pocos años después, en el corazón de Europa, en Viena para mayor precisión, un joven ingeniero militar iniciaba una novela que llenaría cuatro amplios volúmenes y quedaría inconclusa a la muerte del autor. Una novela que aún hoy mantiene su irradiación sobre la narrativa universal:

Por el Atlántico avanzaba un mínimo barométrico en dirección Este, frente a un máximo estacionado sobre Rusia; de momento no mostraba tendencias a esquivarlo desplazándose hacia el Norte. Los isotermos y los isóteros cumplían su deber. La temperatura del aire estaba en relación con la temperatura media anual, tanto con la del mes más caluroso como con la del mes más frío y con la oscilación mensual aperiódica. La salida y puesta del sol y de la luna, las fases de la luna, Venus, el anillo de Saturno y muchos otros fenómenos importantes se sucedían conforme a los pronósticos de los anuarios astronómicos. El vapor de agua alcanzaba su mayor tensión y la humedad atmosférica era escasa. En pocas palabras, que describen fielmente la realidad, aunque estén algo pasadas de moda: era un hermoso día de agosto del año 1913.

Ya ustedes lo habrán reconocido, se trata del primer párrafo de El hombre sin atributos, de Robert Musil, publicado en 1930. Se ha operado en la escritura una impresionante vuelta de tuerca, un viraje de 180 grados. Parecería el trozo de un ensayo científico, o más bien, un parte meteorológico escrito por un empleado ampliamente especializado. Sin embargo, se trata de una novela. En esas doce líneas cuajadas de isóteros e isotermos, de oscilaciones mensuales aperiódicas y fases de la luna, de Venus y el anillo de Saturno, además de otros fenómenos que al los simples lectores nos resultan incomprensibles, se nos comunica un misterio que, al final, en sólo nueve palabras de lenguaje tranquilo, termina por aclarárselos: todo aquello sólo quería decir que era un hermoso día de agosto del año 1913. A nuestra conocida, la marquesa, esa pompa palabrera y, más aún, su subsecuente aclaración le crispan los nervios. Ha detestado desde que tiene uso de razón esas humoradas tudescas que, a su parecer, no son sino faltas de tacto garrafales; faltas de tacto y de gusto. Ese hermoso día no salió a las cinco ni a ninguna otra hora; ocupó su tiempo en hojear algunas revistas y en escribir varios borradores que estrujó con rabia, hasta poder por fin redactar una carta muy, pero muy seca, donde daba por concluida una vieja relación amorosa. Luego comenzó a reír como una loca, tomó sedantes con champaña, y poco después tuvieron que meterla en cama.

Y al otro lado del Atlántico, un norteamericano, sureño para afinar la ubicación, comenzó una de las más bellas novelas que jamás se hayan escrito de la siguiente manera:

Desde las doce, aproximadamente, hasta la puesta del sol, permanecieron sentados aquella sofocante y pesada tarde de septiembre, en lo que la señorita Colfield seguía llamando "el despacho" por haberlo llamado así su padre: una habitación cálida, oscura, sin ventilación, cuyas ventanas y celosías continuaban cerradas desde hacía cuarenta y tres veranos, porque, allá en su niñez, alguien opinaba que el aire en movimiento y la luz producen calor, mientras que la penumbra resulta siempre fresca. Una guía de glicinas florecía por segunda vez en aquel estío, y trepaba por un enrejado que se divisaba frente a la ventana; los gorriones llegaban y partían en bandadas, sin orden ni concierto, produciendo un rumor seco y polvoriento al levantar el vuelo. Frente a Quentin se hallaba la señorita Colfield, con el sempiterno traje de luto que llevaba desde hacía cuarenta y tres años, aunque nadie sabía si era por su padre, su hermana o por el marido que nunca había existido; erecta y rígida, ocupaba una silla de duro asiento, tan alta para ella que sus piernas, sin llegar al suelo, pendían rectas y verticales como si los huesos de sus tobillos y pantorrillas estuvieran fundidos en hierro, lo que les daba el aire de rabia impotente que tienen los pies infantiles. Hablaba con voz áspera, huraña, asombrada, y, al final, toda atención cesaba, el poder auditivo se confundía a sí mismo y el objeto de su impotente pero indolente fracaso — aunque había muerto años atrás— aparecía evocado por esa indignada requisitoria, sereno, distraído e inofensivo, brotando del polvo paciente, soñador y victorioso.

Son esas las primeras líneas de ¡Absalón, Absalón!, la excepcional novela que William Faulkner publicó en 1936. Si nuestra amiga —porque imagino que ya a estas alturas podemos permitirnos darle ese tratamiento— hubiera salido ese día a las cinco para participar en la conversación que sostenían Quentin Compson y la señorita Coldfield se habría quedado seguramente en ascuas. Había tratado en los últimos años a varios americanos en extremo distinguidos: los Gereth, los Prest-Coover, la señora Welton y también a Howard Blendy, un joven diplomático de quien estuvo un poco enamorada. Aristocracia de otro tipo, por así decirlo; ricos, sofisticados, ligeros, todo lo contrario a esa pareja sonambúlica del sur que le hacía pensar en un par de cuervos destemplados que mascullaban un idioma demencial. Su educación, aunque bien a bien de eso no es del todo consciente, tiene firmes raíces cartesianas, lo que sumado a otras limitaciones que ya el lector habrá percibido, la hacen rebelarse contra aquel ebrio desvarío verbal. Oír decir que los pies infantiles tienen un aire de rabia impotente y que el polvo estival era paciente, soñador y victorioso, la afecta de tal manera que hubiera podido abofetear a cualquiera que se atreviera a repetir esas palabras frente a ella.

Pasaron los años, casi cuarenta desde que apareció Ulises, hasta que en 1960 Julio Cortázar volvió a retomar el comentario de Paul Valéry para pulverizarlo con alegre desenfado. En la primera frase de Los premios se dice:

"La marquesa salió a las cinco —pensó Carlos López-. ¿Dónde diablos habré leído eso?"

¡Nuestra pobre, vieja, empolvada, querida marquesa! Los años no han pasado en balde para ella. Se había impuesto un largo y severo exilio interior y lo había cumplido con rigor ejemplar. La embestida del escritor argentino la hizo salir de su letargo.

Pasó toda una noche en vigilia, debatiéndose entre dos impulsos enemigos. Por una parte se sentía tentada a enclaustrarse bajo voto perpetuo de silencio. Una soberbia que le venía de casta la inducía a castigar al mundo dándole la espalda y haciendo evidente su desprecio. La música sacra, el olor de la cera y el incienso, la cercanía de los ángeles, los mechones de cabello en el suelo en derredor suyo, el tosco hábito de clausura, sus lágrimas, todo eso, todo, la acercaba aDios. Era posible, pensaba esperanzada, que algún escritor comprendiera la nobleza de su gesto y un día se sintiera tentado a escribir: "La marquesa salió a las cinco. Un sobrio tailleur negro de Patou resaltaba su distinción, salió de casa sola. Un automóvil la llevó al portón del convento que albergaría su cuerpo terrenal por el resto de sus días". Y un instante después recordó los alegato sde Ives-Etienne, el pretendiente de su sobrina, sobrino lejano suyo también él, un muchacho desparpajado e insolente, no privado de cierta gracia, quien, para estupor de toda la familia ,simpatizaba con las llamadas causas populares. La anciana se veía de pronto marchar por las calles, erguida como un estilete de acero, el puño izquierdo en alto. Oía su voz que, de pronto, se había vuelto poderosa, sus exclamaciones de odio al militarismo, su adhesión a la lucha de Argelia. La emocionaba hasta las lágrimas su osada decisión de traicionar a su clase para marchar brazo a brazo con los humillados, con los oprimidos. Su actitud valerosa inspiraría con toda seguridad a algún autor, quien en su momento escribiría: "La marquesa salió a las cinco para hundirse de inmediato en un mar de banderas". Y después describiría con brío el momento en que su brazo se apoyó sobre el brazo de un obrero metalúrgico para continuar la marcha. La música de la Internacional los abrigaba, y ellos se sentían protegidos, seguros de su causa, convencidos de la proximidad de la victoria.

Algunas otras ideas revolotearon por un instante en su mente afiebrada. Se soñó, por ejemplo, protagonista de novelas libertinas, sonrió ambiguamente ante ciertas imágenes bestialmente lascivas, pero esas visiones no prosperaron y la anciana volvió con empecinamiento a la anterior dicotomía. Temblaba a ratos, lloraba, admiraba el valor que le fue necesario para enclaustrarse en la orden más rígida de monjas silenciosas y, de inmediato, más aún la deslumbraba su erguida figura arengando desde una tribuna de la Mutualité a una multitud de obreros y estudiantes, o la hazaña de encadenarse a la proa de un barco que conducía armas al sudeste asiático. Y así las cosas, aferrada a la posibilidad de volver a pisar con pie firme las páginas de una próxima novela extraordinaria, su corazón se fue debilitando, fue vacilando, hasta que un súbito golpe lo desgajó por completo.

Al día siguiente la marquesa salió a las cinco. Lo hizo dentro de un modesto ataúd. Hasta ahora, que yo sepa, nadie ha registrado esa salida.

Xalapa, julio de 1994"

sábado, 14 de septiembre de 2013

Musil y Bolaño escriben sobre escribir en el hielo

El frío y la escritura. El hielo y la escritura. Escribir como una serpiente en el polo norte o bajo una capa de hielo de 100 metros de espesor. Siempre es más fácil imaginar la lectura o la escritura en el frío. En el calor no: ¿Quién lee a cuarenta grados? Por más tropical que se sea. Las páginas podrían derretirse, la tinta desaparecer en el papel o las gotas de sudor mojarlo (distinto a si las mojan gotas de Coca Cola, diría Leopoldo María Panero). Los mosquitos. El sudor. Un mosquito ahogado en una gota de sudor. No. No suena bien. Mejor suena un mosquito incrustado en un cristal de roca.

Roberto (Bolaño) y Robert (Musil) escribieron sobre escribir en el frío:

Musil: "Yo vivo en las regiones polares; cuando me asomo a las ventanas no veo más que blancas superficies tranquilas que sirven de pedestal a la noche. Hay en torno mío un aislamiento orgánico, es como si yaciera bajo una capa de hielo de 100 metros de espesor. Un cobertor como éste procura a los ojos de quien yace tan confortablemente enterrado esa perspectiva que sólo conoce quien ha colocado sobre sus ojos más de 100 metros de hielo.
Así es como se ve de dentro hacia fuera. -¿y de fuera hacia dentro? Recuerdo un mosquito que vi una vez incrustado en un cristal de roca. Los mosquitos, por alguna una disposición estética que no he logrado aún someter al control de la razón, hieren mi -digámoslo así- sentido de la belleza. Sin embargo no me ocurrió lo mismo con el que vi en el cristal de la roca.
El hecho de estar encerrado en un medio extraño lo priva, en cierto modo, de los detalles de su carácter de mosquito, y lo convertía para mi en una simple superficie oscura con delicados apéndices" (Robert Musil, "Diarios". Tomo I. página 31)

Bolaño: "Rechazos de Anagrama, Grijalbo, Planeta, con toda seguridad también de Alfaguara, Mondadori. Un no de Muchnik, Seix Barral, Destino... Todas las editoriales... Todos los lectores...
Todos los gerentes de ventas.
Bajo el puente, mientras llueve, una oportunidad de oro
para verme a mí mismo:
como una culebra en el polo norte, pero escribiendo.
Escribiendo poesía en el país de los imbéciles.
Escribiendo con mi hijo en las rodillas.
Escribiendo hasta que cae la noche
con un estruendo de los mil demonios,
los demonios que han de llevarme al infierno,
pero escribiendo" (Roberto Bolaño, "La universidad desconocida", páginas 7 y 8)

miércoles, 7 de agosto de 2013

"La canción del Croupier del Mississipi" de Leopoldo María Panero

Fumo mucho. Demasiado.
Fumo para frotar el tiempo y a veces oigo la radio,
y oigo pasar la vida como quien pone la radio.
Fumo mucho. En el cenicero hay
ideas y poemas y voces
de amigos que no tengo. Y tengo
la boca llena de sangre,
y sangre que sale de las grietas de mi cráneo
y toda mi alma sabe a sangre,
sangre fresca no sé si de cerdo o de hombre que soy,
en toda mi alma acuchillada por mujeres y niños
que se mueven ingenuos, torpes, en
esta vida que ya sé.
Me palpo el pecho de pronto, nervioso,
y no siento un corazón. No hay,
no existe en nadie esa cosa que llaman corazón
sino quizá en el alcohol, en esa
sangre que yo bebo y que es la sangre de Cristo,
la única sangre en este mundo que no existe
que es como el mal programado, o
como fábrica de vida o un sastre
que ha olvidado quién es y sigue viviendo, o
quizá el reloj y las horas pasan.
Me palpo, nervioso, los ojos y los pies y el dedo gordo
de la mano lo meto en el ojo, y estoy sucio
y mi vida oliendo.
Y sueño que he vivido y que me llamo de algún modo
y que este cuento es cierto, este
absurdo que delatan mis ojos,
este delirio en Veracruz, y que este
país es cierto este lugar parecido al Infierno,
que llaman España, he oído
a los muertos que el Infierno
es mejor que esto y se parece más.
Me digo que soy Pessoa, como Pessoa era Álvaro de Campos,
me digo que estar borracho es no estarlo
toda la vida, es
estar borracho de vida y no de muerte,
es una sangre distinta de esa otra
espesa que se cuela por los tejados y por las paredes
y los agujeros de la vida.
Y es que no hay otra comunión
ni otro espasmo que este del vino
y ningún otro sexo ni mujer
que el vaso de alcohol besándome los labios
que este vaso de alcohol que llevo en el
cerebro, en los pies, en la sangre.
que este vaso de vino oscuro o blanco,
de ginebra o de ron o lo que sea
- ginebra y cerveza, por ejemplo -
que es como la infancia, y no es
huida, ni evasión, ni sueño
sino la única vida real y todo lo posible
y agarro de nuevo la copa como el cuello de la vida y cuento
a algún ser que es probable que esté
ahí la vida de los dioses
y unos días soy Caín, y otros
un jugador de poker que bebe whisky perfectamente y otros
un cazador de dotes que por otra parte he sido
pero lo mío es como en "Dulce pájaro de juventud"
un cazador de dotes hermoso y alcohólico, y otros días,
un asesino tímido y psicótico, y otros
alguien que ha muerto quién sabe hace cuánto,
en qué ciudad, entre marineros ebrios. Algunos me
recuerdan, dicen
con la copa en la mano, hablando mucho,
hablando para poder existir de que
no hay nada mejor que decirse
a sí mismo una proposición de Wittgenstein mientras sube
la marea del vino en la sangre y el alma.
O bien alguien perdido en las galerías del espejo
buscando a su Novia. Y otras veces
soy Abel que tiene un plan perfecto
para rescatar la vida y restaurar a los hombres
y también a veces lloro por no ser un esclavo
negro en el sur, llorando
entre las plantaciones!
Es tan bella la ruina, tan profunda
sé todos sus colores y es
como una sinfonía la música del acabamiento,
como música que tocan en el más allá,
y ya no tengo sangre en las venas, sino alcohol,
tengo sangre en los ojos de borracho
y el alma invadida de sangre como de una vomitona,
y vomito el alma por las mañanas,
después de pasar toda la noche jurando
frente a una muñeca de goma que existe Dios.
Escribir en España no es llorar, es beber,
es beber la rabia del que no se resigna
a morir en las esquinas, es beber y mal
decir, blasfemar contra España
contra este país sin dioses pero con
estatuas de dioses, es
beber en la iglesia con música de órgano
es caerse borracho en los recitales y manchas de vino
tinto y sangre "Le livre des masques" de Rémy de Gourmont
caerse húmedo babeante y tonto y
derrumbarse como un árbol ante los farolillos
de esta verbena cultural. Escribir en España es tener
hasta el borde en la sangre este alcohol de locura que ya
no justifica nada ni nadie, ninguna sombra
de las que allí había al principio.
Y decir al morir, cuando tenga
ya en la boca y cabeza la baba del suicidio
gritarle a las sombras, a las tantas que hay y fantasmas
en este paraíso para espectros
y también a los ciervos que he visto en el bosque,
y a los pájaros y a los lobos en la calle y
acechando en las esquinas.

lunes, 5 de agosto de 2013

Qué es leer

Leer es la cuerda floja del equilibrista.

Pero es también la tela roja del techo de la carpa que ve alejarse mientras cae.

Es el piso que estalla su cuerpo por dentro.

Quizás sea lo último que piensa mientras esto último ocurre.

Es a lo que renuncia y a lo que se aferra en la caída.

Es la culpable para el ejecutivo del circo que ahora deberá buscar un nuevo equilibrista que ya no lea tanto, y sobre todo que no lea mientras camina en la cuerda. También lo es para la mamá del niño que ahora se preocupa por cómo explicarle a su hijo lo que significa la muerte.

Es la oda fúnebre que leerá la tercera esposa del sujeto, la que decidió sepultarlo con su traje de circo aunque los hijos de la primera esposa no estuvieran de acuerdo.

Y es la remembranza leída por uno de ellos en la que insiste que siempre le dijo que se dedicara a algo menos peligroso, sin aclarar si se refería a caminar en una cuerda floja o a leer, o a leer mientras caminaba en una cuerda floja, o a leer imaginando que lo que hacía era caminar al borde del vacío, o a caminar en el vacío pensando que en realidad estaba leyendo.

Es también el ridículo epitafio que la amante del equilibrista propondrá para su tumba: “Ahora sólo queda el vacío entre las letras”.

Pero leer, sobre todo, es la expectativa de los integrantes del circo cuando el dueño desdobla lentamente la hoja que el malabarista dejó como testamento. Y es el silencio cuando el hombre da la vuelta a la hoja para que los demás vean que lo único que tiene es el dibujo de una cuerda floja que dice, en letras minúsculas y desordenadas, como escritas mientras caminaba en lo alto, “esto no es una cuerda”.

viernes, 26 de julio de 2013

Entre Marías y McCarthy (I): rituales y parodias de rituales

"Todo ritual implica derramamiento de sangre. Los que eluden este requerimiento son mera parodia" (Meridiano de sangre. Cormac McCarthy)

"Huyo de la sordidez como de la peste" (Fiebre y lanza. Javier Marías)

No buscaba nada en particular cuando en Abril de este año decidí leer alternadamente cada tomo de las dos trilogías: Tu rostro mañana (2004 – 2007) y Trilogía de la frontera (1992 -1998). Es decir: Marías, McCarthy, Marías, McCarthy, Marías y McCarthy. O: Fiebre y Lanza de Marías, Todos los hermosos caballos de McCarthy, Baile y sueño de Marías, En la frontera de McCarthy, Veneno, sombra y adiós de Marías y Ciudades de la llanura de McCarthy. En la mitad del camino se me cruzó sin embargo Meridiano de sangre del autor norteamericano así que decidí incluirlo. Las huellas quedaron entonces marcando algo así: fiebre, hermosos, baile, en la frontera, meridiano, veneno y ciudades. O, si se prefiere, algo así: lanza, caballos, sueño, sangre, sombra y llanura. O algo así:


O, para resumir, algo así:



O, mejor, algo así: un sueño en el que hermosos, afiebrados, envenenados y ensangrentados caballos atravesados por lanzas, bailan en la frontera de la llanura. En retrospectiva, es este último camino el que más me satisface y, no por casualidad, es el que más se parece a McCarthy y menos a Marías.

En meridiano, el Juez Holden, un hombre que al decir de Bolaño ansía saberlo todo y destruirlo todo (Entre paréntesis), dice que todo ritual implica derramamiento de sangre y que los que eluden este requerimiento son mera parodia. La trilogía de McCarthy, en efecto, está llena de sangre. Llena de rituales. De degollamientos, de árboles de bebés muertos, de cabelleras arrancadas, de sombrillas hechas de huesos y pieles de animales muertos en medio del desierto. Hay mil rituales. Cada cacería, cada cabeza que cae, cada charco de sangre pareciera ser un ritual. Rituales llenos de significados, pero que se han hundido todos en uno sólo que los abarca: la desesperanza. Suena paradójico, pero funciona, y quizás sea una de las mejores metáforas de nuestros tiempos: rituales que una y otra vez alimentan la desesperanza, el final de todo (la trilogía transcurre en la frontera entre México y Estados Unidos en el siglo XIX).


En Sueño (en el segundo tomo de Marías) hay otro ritual, pero, si asumimos como cierta la sentencia del juez Holden (que a propósito guarda una sorprendente relación con el Klaus Hass de 2666 de Bolaño, sorprendente en serio, tanto que Hass pudiera parecer una copia de Holden), no es más que una parodia. Y no sólo porque no incluya derramamiento de sangre, sino porque no es más una evocación. Tupra, jefe de Deza en una especie de agencia de espionaje, ha decidido darle una lección inolvidable a un sujeto español pasado de copas. Para ese efecto decide –es más un agente aristocrático que uno de esos detectives solitarios dispuestos a volarse la cabeza de un balazo en la boca, es decir: es un personaje de Marías y no de McCarthy o de Bolaño o de Lamborghini– utilizar una antigua y costosísima espada (Katzbalger o Lansquenete o auténtica[1]) que siempre carga camuflada en su gabán, calzarse unos guantes negros y amagar con ella la decapitación del español que, tras una serie de circunstancias que no vienen al caso, se encuentra de rodillas junto al inodoro presto a olerse una línea de cocaína que el mismo Tupra le ha obsequiado premeditadamente y que, por lo tanto, ha dejado el cuello, presto éste también, al descubierto para recibir el filo de la corta y letal espada. Tupra amaga, pero nunca lo decapita. Hace tres o cuatro amagues mientras el sujeto arrodillado cierra los ojos y llora, pero no lo decapita, apenas lo roza. Al final decide propinarle un par de golpes contra la pared que le dejan con varias costillas rotas, se quita los guantes, los arroja al inodoro, pide un peine prestado, lo usa, dirige un par de palabras calculadas al sujeto que yace en el suelo, se abriga nuevamente con el gabán, guarda la espada y sale del baño del bar en el que se encontraban. Deza ha presenciado todo el episodio, un ritual en efecto, y un rato más tarde se dedica a lanzar acalorados reclamos a su jefe por lo que considera la inutilidad dotada de un anacronismo (por el uso de una espada y por su antigüedad) cuyo sentido no alcanza a dilucidar. Tupra le responde, sereno, oliendo a colonia aftershave:

“Justamente. Si yo le saco a un individuo una pistola o una navaja, es seguro que se asustará, pero será un susto convencional, o trillado, como te he dicho, quizás esa es la palabra. Porque eso es lo habitual hoy en día y desde ya un par de siglos, de hecho va para antiguo. Si nos atracan o nos secuestran, si nos amenazan para que cantemos o quieran obligarnos a algo o se disponen a escarmentarnos, en casi todos los casos será a punta de pistola o cuchillo: eso es lo que la gente se agencia y además es lo cómodo y práctico, lo que cabe en un bolsillo y podemos sacar rápidamente con tan sólo una mano, y lo que suponemos que el otro lleva cuando presentimos un mal encuentro. […]. En cambio, una espada –añadió muy pronto–. Ríete ahora, búrlate por su extravagancia, por su anacronismo, hasta por su herrumbre. Tú no viste tu cara cuando la descubriste en mis manos. Viste la del macaco, con eso debería bastarte –bueno, la verdad es que dijo ‘monkey’, ‘mono’ a secas, sería imposible oír ‘macaque’ como insulto, en boca inglesa–. Seguramente es el arma que más miedo da, justamente por su incongruencia  en estos tiempos en que casi nadie lucha acercándose, o sólo como deporte curiosos […]. Todo va hacia la ocultación del que mata, hacia su anonimato desde hace siglos, y todo hacia la deshonra; y eso hace que una espada parezca ir más en serio que cualquier otra arma. –‘In earnest’ fue lo que dijo–. Parece imposible empuñarla en vano, no sé yo si te das cuenta: parece imposible hacer algo distinto a usarla, y de usarla inmediatamente”

Pero no la utilizó. Nunca dejó de ser una parodia, una parodia de ritual. Una evocación: la evocación del tiempo pasado, del honor de la guerra, de las espadas gloriosas.

Una nota al pie para terminar: Batman vs. Bane (The dark knight rises) puede funcionar como analogía. Adoptar el miedo, adoptar la oscuridad vs. Vivir en el miedo, en la oscuridad, en el horror. En uno de los enfrenta
McCarthy con "Three 6 Mafia"
mientos entre los dos personajes, Batman realiza uno de sus trucos baratos y se hunde en la oscuridad. Entonces Bane le dice: “Oh, crees que la oscuridad es tu aliada. Pero en realidad lo que hiciste fue adoptarla. Yo nací en ella. Fui moldeado por ella. Yo no vi la luz hasta que ya era un hombre, y entonces para mí no fue más que ceguera. Las sombras te traicionan porque te pertenecen”. El artificio de Batman, su evocación de la verdadera oscuridad, el artificio de Tupra, su evocación del pasado, quedan al descubierto entonces.

Al final tenemos entonces rituales, rituales hundidos en la desesperanza y parodias de rituales.

Pero no se trata sólo de los rituales. A su lado están las palabras. Ese será el objeto de la segunda parte.

pdta: Creo que con haber puesto la foto de Marías en frac y la de McCarthy con "Three 6 Mafia" habría sido suficiente

domingo, 21 de julio de 2013

Tres explicaciones del horror en “Carne de tu carne”. Carlos Mayolo, 1983

El filme está dividido en dos partes. La primera está dedicada a retratar a la familia conservadora de los Velasco en Cali. La segunda a desentrañar los rincones más oscuros de la familia y de la situación política de Colombia en la década de los 50. Para ello se sirve del exceso, el horror, el incesto, el vampirismo y el canibalismo de dos de los jóvenes de la familia.

Hay tres formas de ver el asunto: primero, como dos partes desconectadas, la primera más clara y la segunda excesiva y aislada (que obedecería a las obsesiones de los jóvenes caleños). Segundo, como forma de representar un horror que en la vida cotidiana mezcla formas distintas y hasta contradictorias difícilmente relacionadas. Tercero, un exceso que lo que busca es descubrir las entrañas de un sistema social y político perverso.

En algunos lugares el filme fue acusado de ser incongruente en la unión de sus dos partes:
"En esta última parte comienzan a sentirse saltos incongruentes entre secuencia y secuencia. El ritmo de la película decae considerablemente en su intento por recrear un mito popular (el "hojarasquín" del monte) de manera apresurada en los últimos minutos de proyección. Esta parte mítica se siente falsa, no por la carga de superchería que de hecho lleva, sino más bien porque no logra simbolizar los aspectos concretos del sitio donde surgen, en este caso, la rica y compleja realidad de una región campesina localizada en el occidente del país. En este sentido, nada más gratuito que el asesinato del capataz, lo cual se intenta justificar caracterizándolo previamente como hombre "malo" mediante la utilización de un recurso facilista en las primeras secuencias de la cinta: matar a un pavo. Se puede afirmar, que en la última parte de la película, Mayolo desbarata lo que admirablemente había construido en las primeras escenas” (Revista Semana, 1983).
Un poco más condescendiente pero por el mismo camino, fue el artículo en El tiempo de Mauricio Laurens (citado en http://cinedehorror.blogspot.com/2007/01/horror-colombiano-carne-de-tu-carne.html) que dice: “una vez los espíritus y vampiros se toman la trama... todos esos personajes tan exquisitos y tan bien creados, la familia adulta, son totalmente olvidados y por lo tanto la trama se siente incompleta, falta de un conclusión final... así como también todos esos paralelos y referencias a la catástrofe acontecida en Cali y a la dictadura militar de Rojas Pinilla que aunque aún siguen siendo mencionados... como que se perdió el... cómo lo digo... el caso es que ese aspecto de la trama o se perdió, o simplemente yo soy bruto y no entendí que tenía que ver con todo lo que estaba pasando. La película también se resiente un poco en la edición, con cortes que a veces se sienten demasiado bruscos, pero esto se puede perdonar debido a la edad de la película”

Pero el asunto es que no es tan claro que esta incongruencia pueda ser adjudicada a un error de dirección sino más bien a la propuesta misma de Mayolo. En la entrevista con Semana en 1983, Mayolo hace referencia a los objetos en “Cul de sac” (Polanski, 1966) diciendo algo que puede ayudarnos a rastrear esta posibilidad: “Un día estuvimos hablando con Roberto Álvarez sobre esa película y nos amaneció. La escopeta, el teléfono, lo que hoy es mañana no es, el teléfono lo arrancan y después lo necesitan, los huevos en todas partes”. Lo que hoy es mañana no es, dice Mayolo. Lo que fue de la familia en la primera parte ya no es en la segunda. ¿Que por qué matan al capataz?, la gracia, justamente por tratarse del horror, del exceso, es que no hay un porqué. Dice en la misma entrevista Mayolo: “Mis cortometrajes gustan por la audacia, por lo no manidos ni arquetípicos y por lo sorpresivos. Es un cine un poco hijo de toda la teoría surrealista. La colisión de las cosas, el azar maravilloso, el encuentro fortuito de las cosas”.

Podríamos decir que en “Carne de tu carne” nada tiene explicación. Y no se trata sólo de una propuesta estética (¡el filme se estrenó el 31 de octubre de 1983!). Se trata del horror. Se trata de bebés que desaparecen de la cuna para aparecer luego jugando en el baño con un muñeco de ángel negro a su lado. El duende, dicen unos, “La Madremonte”, “El hojarrasquín”, “qué duendes ni qué nada. Fue ‘La chusma’”. El horror no tiene explicación. No tiene explicación lo del bebé. Tampoco los camiones del ejército que explotaron con dinamita en el centro de Cali el 7 de agosto de 1956[1]. Se confunden los mitos, la imaginación, los hechos, la política y la superstición: “(…) teníamos lucubraciones sobre un cine independiente, barato. Ojalá que fuera de horror.  Que desmitificara los horrores de la Violencia y de la miseria, pero por otras vías. Queríamos ser  alegóricos con una realidad que se presentaba  espinosa y casi lacerante. Queríamos películas filmadas en provincia, con pocos personajes. Películas fantásticas, donde los señores feudales devoraban a los obreros, les sacaban la sangre a los obreros. Donde el incesto se convertía en un instrumento de poder y devoraba a los oficiantes como a las víctimas. Eran otras cosas las que nos interesaban. Íbamos hacia un género que desconocíamos(Mayolo, La vida de mi cine y mi televisión, 91). 

Es esa su naturaleza excesiva y casi siempre inexplicable. Hay asuntos del mundo que no se pueden explicar. Quizás, como diría Cormac McCarthy, lo realmente importante del mundo es lo que no se puede explicar.

Todo lo anterior en cuanto a la naturaleza inexplicable del horror.

Pero María Inés Martínez (http://www.colombianistas.org/Portals/0/Revista/REC-33-34/8.REC_33-34_MInesMartinez.pdf) apunta a la otra cara de la moneda, es decir, a que en efecto Mayolo (junto con el “combo” de Cali) tenía claro lo que quería decir, tenía absolutamente clara la conexión entre vampirismo, incesto y vida política, es decir la conexión entre las dos partes: “Cuando Mayolo articula el tema del incesto con el vampirismo y el mundo animal en sus personajes, su intención no es la de crear sensaciones gratuitas de terror en el espectador. Ciertamente, en Carne de tu carne, el horror cumple con el cometido de ser una estética que critica las prácticas endogámicas de la familia Velasco y la ruptura de ésta con las reglas sociales y de convivencia. El horror es una estrategia estética para señalarle al espectador que en La Violencia ocurrió algo insólito y anormal que es digno de un escándalo. Precisamente, esta noción de producir escándalo también es una característica de la estética surrealista cuando intenta mostrar las debilidades del sistema imperante. Buñuel anota que el escándalo en el arte surrealista es un “revelador potente, capaz de hacer aparecer los resortes secretos y odiosos del sistema que había que derribar… La unión de Margaret (de padre liberal) y Andrés Alfonso (de padre conservador) simboliza el acuerdo político de la aristocracia de los dos partidos políticos y su entrada en la política colombiana con la figura del Frente Nacional, del cual quedan marginados otros actores políticos que no pertenecen a la élite”.

En la entrevista con Semana Mayolo dijo que el filme incluía hasta moraleja y todo. Conociendo a Mayolo lo más probable es que lo dijera en broma, al menos de que con “moraleja” se estuviera refiriendo a lo que él mismo escribía en sus memorias: “Al final quedan los dos amantes sanguinarios erguidos en frente de su tumba, mirando al infinito. Entre la niebla, se oculta la maldad que llega hasta nuestros días. Están vivos”. Martínez va por otro lado. La intención de Mayolo en su camino surrealista no habría sido otra que la misma de Buñuel en Un perro andaluz (1929): mostrar el horror en sus formas más atroces para lograr la distancia entre el espectador y los personajes para, así, buscar activar mecanismos de reflexión y reconocimiento de la realidad.

En fin. Yo me quedo con la idea de la naturaleza inexplicable del horror, y menos con la denuncia política. Pero hay para todos los gustos. 

Mayolo, Carlos. La vida de mi cine y mi televisión, Bogotá: Villegas Editores, 2008
Galvis, Silvia, y Alberto Donadío. El jefe supremo: Rojas Pinilla en la Violencia y en el poder. Medellín: Hombre Nuevo, 2002.




[1] (…) seis camiones cargados con dinamita, bajo la responsabilidad del ejército, explotaron en Cali, destruyendo treinta y seis manzanas de la ciudad, habitadas en su mayoría por gente humilde, y causando la muerte de más de mil quinientas personas y heridas graves a 2.500. La suma de varias negligencias de dos suboficiales del ejército fue la causante de la tragedia que  Rojas quiso aprovechar contra la oposición a su
régimen. (Galvis, Silvia)

lunes, 1 de julio de 2013

A propósito de Charlie Parker

Ha habido hombres difíciles de agarrar, difíciles de comprender, imposibles de predecir. Y no porque sean o hayan sido irreverentes, o al menos no porque así se lo hayan propuesto, sino más bien porque nunca  dejaron de ser niños. En ellos siempre se confunde la inocencia y la curiosidad que nunca desaparecen, con una suerte del dolor acumulado de los años porque, como a Horacio en "La historia de Horacio" del colombiano Tomás González, el mundo se les mete entero, como sin filtro, de un solo bocado. Viven entonces atribulados, revolcados, como con vértigo. Si sólo fueran lo primero, sólo niños sin dolor, harían cosas bonitas, tendrían los ojos, los oídos y la boca siempre abiertos. Si sólo fueran lo segundo, sujetos atribulados pero sin curiosidad, quizás estarían o habrían quedado en el olvido, en la negra espalda del tiempo. Pero la gracia está en que combinan las dos cosas: son niños que han acumulado el dolor del mundo. Pero hay algo más. No entienden nada. Sobre todo no entienden de dónde viene su dolor y no pueden entonces hacer nada más con él que darle-vueltas-y-sacarlo-de-formas-inesperadas. En eso suelen tener mucho de autistas. Curiosidad. Dolor. Incomprensión. Soledad. Creatividad.

A William Bonney le decían "El niño" a pesar de que siempre parecía cansado, como obligado a llevar un arma, como si fuera una vocación que se carga sin querer, como un viejo de veintiún años que ya no entiende nada mientras camina en medio del desierto.



Cassius Marcelus Clay -Mohammad Ali- cargaba con gusto su vocación. Gozaba posando de bravucón detrás de su rostro de niño. De vez en cuando se le escapaba una sonrisa casi imperceptible mientras ofendía a uno de sus contrincantes, como si en realidad siempre estuviera jugando. En alguna ocasión, por ejemplo, contestó a la pregunta telefónica de por qué se había negado a ir a pelear a Vietnam diciendo que ni siquiera sabía dónde quedaba Vietnam y que a él el Vietcong no le había hecho nada. Nunca se sabía si hablaba o no serio. De hecho ni siquiera él parecía saberlo. Siempre estaba en el límite entre los dos estados. Véanlo aquí por ejemplo:



El caso de Eleonora Fagan Gough era distinto. Ella sí que estaba cargada de dolor. También le decían Billy, Billy Holiday. Fue violada y ejerció la prostitución un período antes de ser cantante. Su voz era ronca cuando hablaba, como perdida pero dispuesta a reírse con ganas, desde abajo pero con ganas. Todo lo contrario ocurría cuando cantaba: su voz era dulce y nasal, como de niña. Bailaba apenas moviéndose, con los brazos siempre doblados, como si todos los trajes le quedaran demasiado estrechos. Mientras cantaba se movía como con timidez, como inocente, como una pequeña niña que canta por primera vez. Sólo conociendo el resto de su vida era posible imaginarse que era la misma mujer luego perdida en la depresión y el alcohol. Una niña adolorida.

 

Pero de quien quería hablar en realidad era de Charlie Parker, "Bird". Murió a los treinta y cinco años. El médico que hizo la autopsia dijo que tenía el cuerpo de un viejo de sesenta. En efecto sonreía como un niño atribulado por una vocación que le había tocado en gracia. Para ello basta verlo aquí con Coleman Haukins:


Un niño gordito y bonachón. E igual que con Holiday: duele imaginárselo encerrado, deprimido y perdido, duele imaginárselo recibiendo la llamada para enterarse de la muerte de su hija un año antes que la suya propia.

Ha habido entonces grandes hombres (y mujeres) que combinan el dolor, la inocencia y la creatividad. No serían lo mismo si alguno de los tres les faltara. Cortázar escribió "El perseguidor", un cuento grandioso sobre Parker. El propósito de todo lo anterior era simplemente dejar aquí la versión que Osias Wilenski hizo en 1965 del cuento del escritor argentino. Larga vida a Charlie Parker.

domingo, 9 de junio de 2013

Poco, o todo -o nada-, que decir: Bolaño

Nunca me he atrevido a escribir sobre Roberto Bolaño. Solo puedo transcribirlo. A esta hora llega. Salió de Barcelona. Llegó a París. Luego a Medellín. Y ahora a un bar en el centro de Bogotá:

"¿Entonces qué es una escritura de calidad? Pues lo que siempre ha sido: saber meter la cabeza en lo oscuro, saber saltar a vacío, saber que la literatura básicamente es un oficio peligroso. Correr por el borde del precipicio: a un lado el abismo sin fondo y al otro lado las caras que uno quiere, las sonrientes caras que uno quiere, y los libros, y los amigos, y la comida".

viernes, 17 de mayo de 2013

"Blanco nocturno" y una etnografía de la decadencia

Parece una novela negra sin más, pero como a las mejores novelas negras, la sostienen los personajes. El misterio bien contado, pero sobre todo los personajes.

Últimamente me he encontrado con un par de textos académicos sobre la decadencia de los poderosos y, particularmente, sobre la decadencia de los terratenientes que ven en el progreso una cachetada a todo el mundo en el que sabían vivir. Uno de esos textos es Intimate enemies de Aaron Bobrow-Strain. Allí Bobrow, profesor de la Whitman College, se acerca a la melancolía de los terratenientes en Chiapas tras la distribución de tierras gracias a la presión, entre otros, del EZLN. "This is a Ethnography of decline. This is a story of village tyrants come to grief; of men and women whose carefully defended world of racial privilege, political power, and landed monopoly has come unglued. It examines the experiences of relatively powerful londowners confronted with dramatic reordering of space and social relations in nort-central Chiapas, Mexico".

Una etnografía de la decadencia. Todavía nos genera piquiña pensar en rastrear a los poderosos, levanta ampollas. "Ay, pobrecitos los desgraciados", me dijo una profesora hace poco cuando le conté del libro.

La novela de Piglia (2010) tiene como uno de los personajes fundamentales a un viejo poderoso de la llanura argentina, Cayetano Belladona. Cansado y lúcido (¡suelen parecerse tanto los dos estados!), el viejo  aparece solo una vez para explicar algo que se parece mucho a esa decadencia de los poderosos. Levanta ampolla sin duda, sobre todo porque creo inevitable, así no se tenga pensado previamente, leerlo en clave colombiana:
Pato-conejo ("Blanco Nocturno")

"Los comerciantes están detrás de eso, quieren hacer ahí un centro comercial. Odio el progreso, odio ese tipo de progreso. Hay que dejar el campo en paz, ¡un lugar bajo techo!, como si estuviéramos en Siberia. -De pronto el viejo se quedó callado, se puso la palma de la mano en la cara, y luego retomó el monólogo-. Ya no hay valores, solo hay precios. El estado es un predador insaciable, nos persigue con sus impuestos confiscatorios. A quienes como nosotros, como yo, para no hablar en plural, vivimos en el campo, retirado de los tumultos, la vida se nos hace cada vez más difícil, estamos cercados por las grandes inundaciones, por los grandes impuestos, por las nuevas rutas comerciales. Como antes mis antepasados estaban cercados por los malones, por la indiada, ahora tenemos a la indiada estatal. En esta zona cada tanto llega la sequía o viene el granizo o la langosta y nadie cuida los intereses del campo. Entonces, para que el Estado no se lleve todo hay que confiar en la palabra dada, a la vieja usanza, nada de cheques, nada de recibos, todo de palabra, el honor antes que nada."

Como me habría gustado hablar con Carranza en sus últimos días.

martes, 7 de mayo de 2013

"Test". Nicanor Parra




Qué es un antipoeta:
Un comerciante en urnas y ataúdes?
Un sacerdote que no cree en nada?
Un general que duda de sí mismo?
Un vagabundo que se ríe de todo
Hasta de la vejez y de la muerte?
Un interlocutor de mal carácter?
Un bailarín al borde del abismo?
Un narciso que ama a todo el mundo?
Un bromista sangriento
Deliberadamente miserable?
Un poeta que duerme en una silla?
Un alquimista de los tiempos modernos?
Un revolucionario de bolsillo?
Un pequeño burgués?
Un charlatán?
                Un dios?
                               Un inocente?
Un aldeano de Santiago de Chile?
Subraye la frase que considere correcta.

Qué es la antipoesía:
Un temporal en una taza de té?
Una mancha de nieve en una roca?
Un azafate lleno de excrementos humanos
Como lo cree el padre Salvatierra?
Un espejo que dice la verdad?
Un bofetón al rostro
Del Presidente de la Sociedad de Escritores?
(Dios lo tenga en su santo reino)
Una advertencia a los poetas jóvenes?
Aun ataúd a chorro?
Un ataúd a fuerza centrífuga?
Un ataúd a gas parafina?
Una capilla ardiente sin difunto?

Marque con una cruz
La definición que considere correcta.

martes, 9 de abril de 2013

Entre Marías y McCarthy


Entre hombres desarraigados en medio del desierto y profesores sofisticados de Oxford. Entre hombres que hablan poco y otros que hablan mucho. Entre unos que condenan y se condenan con las balas y otros que condenan y se condenan con las palabras. Entre un mundo que pareciera moverse sólo y sin control dejando atrás a los hombres, y otro en el que cada palabra cuenta porque determina el curso del mundo, porque condena y rescata países y hombres.
Hace unos meses Marías renunció al Premio Nacional de Narrativa por posiciones políticas. McCarthy sigue cuasi escondido en Nuevo México. Ayer murió Margareth Tatcher. En qué pensaría Marías ante la noticia… se puede intuir. No puedo ni siquiera imaginar en qué habrá pensado McCarthy.

jueves, 17 de enero de 2013

Ver a Cuba

En algún momento del vuelo hacia La Habana, y en muchos otros momentos durante nuestra estadía en Cuba, me sorprendí forzando una emoción que "debía" sentir por estar allí, una emoción política por decirlo sencillamente. Poco o nada resultó del esfuerzo. Poco a poco, sin embargo, encontré que lo mejor que podía hacer era escuchar, hablar y sobre todo ver, ver.