Jim Jarmusch se refirió a su película The limits of control (2009) como una
película de acción sin acción. En ella Jarmusch se encarga de mostrarnos un
tiempo distinto al que se suele mostrar en las películas en donde un matón es contratado
para asesinar a alguien: sin abandonar el argumento, Jarmusch nos sumerge en un
tiempo lento, silencioso, donde pareciera no ocurrir nada; todo lo que sustenta
la emoción en las películas de acción desaparece aquí: el arsenal de armas
(incluido el cuerpo), la violencia de los participantes en el plan, las
relaciones sexuales que sostiene el matón en medio de la misión, el dinero, la
estrategia con la que logra acceder a la fortaleza donde se encuentra la
víctima, etcétera. The limits of control
no es una película de acción, sino más bien una película de acción sin acción hecha
para hablar sobre las películas de acción, para desarmar su funcionamiento.
Porfirio
no es ni una de acción sin acción, ni una que quiera desenmascarar el
funcionamiento de las películas de acción. No es lo primero básicamente porque
no es de acción, porque no se encarga, como sí lo hace la de Jarmusch, de
mostrar el desenlace de la misión: a Alejandro Landes (director) ni si quiera
le interesa dar cuenta de lo que pasó durante ni después de secuestro avión (la
acción); si lo termina haciendo a través de una canción en voz del propio
Porfirio, es más por respetar lo que seguramente a la mayoría de espectadores
les habría hecho falta: “que pase algo”… a mi no me habría importado la verdad…
de hecho me parece que sobra (hasta las dos escenas de sexo están absolutamente
desprovistas de adrenalina, dejando, al contrario, una sensación de piedad o de
lástima más que otra cosa); y por supuesto, tampoco es lo segundo, una película
sobre las películas de acción, porque no parte de ellas, ni siquiera para
desenmascararlas.
Sin embargo hay algo más importante que Porfirio comparte con The limits of control de Jarmusch. Se
trata de centrar la atención en los momentos en los que no pasa nada, en la
quietud, en tiempos prolongados que poco tienen que ver con los tiempos
acelerados y puntilludos (hechos de instantes de éxtasis y de suspenso) de las
películas de acción. Por eso pienso que Porfirio
es una película sobre el tiempo;
quizás suene rebuscado pero esa es la sensación que me deja. No sólo porque sea
“lenta” (la espera, momentos en los
que no pasa nada), sino porque creo
que la apuesta de Landes y Francisco Aljure (productor) no fue solamente, como
dicen algunas reseñas, adentrarnos en la vida cotidiana de una víctima del
conflicto (¿?) y ni siquiera denunciar a un estado faltón con esas víctimas…
eso hace parte, sin duda, pero sencillamente no creo que sea lo más importante.
Sí lo es, creo, la apuesta estética tan
bien lograda, la forma de contar, la fotografía y en general, la manera como en
ella logran reflejar la forma en que Porfirio habita el mundo, en que logran hacer de esa sensibilidad de
Porfirio una técnica, una representación.
Un primer elemento (y es de lo que más me
gusta): el equipo de producción le apuesta a muchas escenas de cámara estática
en cuyos cuadrantes los personajes aparecen y desaparecen por ellos mismos y no
porque la cámara los persiga, es decir, no porque la cámara quiera mostrarlos
sino porque sencillamente aparecen “casualmente” en el cuadro. Eso tiene dos
consecuencias para lo que quiero decir aquí: la primera es que le da a la
película una bonita sensación de estar en presencia de lo que ocurre, tanto así
que en algunos momentos le hace preguntarse al espectador si no está viendo una
irrespetuosa intromisión en la vida más íntima de la familia de Porfirio; la
segunda, más bonita aún y que sólo se me ocurre ahora mientras escribo,
relaciona la quietud de la cámara con la característica más importante de esa
forma en que Porifirio habita el mundo: justamente la quietud; Porfirio quedó inválido, inmóvil hasta cierto punto, y
creo que no hay mejor manera de transmitir esa sensación que dejando la cámara
quieta; quizás es también rebuscada esta relación, pero el asunto es que la
película es tan simbólica que permite imaginarse cosas como estas y como otras
sobre las que volveré al final.
Un segundo elemento: la maravillosa paciencia
con la que deciden mostrar aspectos de la vida de Porfirio que podrían parecer
aburridos: él acostado en la cama intentando darse vuelta, sentado en el solar
de su casa esperando clientes de minutos a celular, acostado en la cama
aburrido, esperando, o, sencillamente, las múltiples escenas que enfocan un
objeto y en las que no pareciera pasar nada. De nuevo: el de la película es un
tiempo distinto al que podría haber tenido si el interés fuera mostrar la
acción; éste es un tiempo lento, y claramente, representa fielmente la
temporalidad con la que Porifirio ha vivido su vida después del incidente. Otra
vez: la sensibilidad del personaje hecha técnica.
Para terminar. Ya dije que es la fuerza
simbólica de la película la que le permite al espectador imaginarse símbolos
que no fueron planeados por los productores, imaginarse metáforas donde tampoco
quisieron hacerlas, darle a la casualidad el peso de la necesidad. Hay
una que particularmente me parece muy bonita: Porifirio vende minutos de
celular… vende minutos… vende tiempo, vende el
tiempo, vende su tiempo; y es que qué
más podría vender un hombre en su situación si no tiempo, el tiempo que gasta en mirar al techo, a la pared, o en
recibir el masaje de un charlatán que promete hacerlo caminar con una sustancia
vitamínica. Es por eso –otra vez: por su forma de habitar el mundo–, que Porfirio vende minutos; no es casualidad, es
necesario que así sea, sólo así puede ser, no de otra manera; y para
comprobarlo (¿comprobar una metáfora?): sólo cuando el tiempo de Porfirio
parece acabarse, o mejor, cuando pronto su temporalidad cambiará radicalmente
–es decir cuando se acerca el comienzo de la
acción– Porfirio vende su celular, sencillamente porque ya no tendrá tiempo
que vender. Insisto, no es casualidad, es necesidad.
Muchas cosas se quedan sin comentar: el hecho
de que enfrente de su casa haya una fábrica de cemento por ejemplo (…no es
casualidad, es necesidad); la única escena de acción: la explosión de una
granada en medio de lo que parece un desierto rojo, y que irrumpe de tal manera
en el resto de la película que hace saltar del susto a cada uno de los
espectadores que ya se han sumido en el tiempo dilatado del personaje; el
manojo de murciélagos volando en un rincón oscuro de la casa; la
retroexcavadora perforando el cemento en frente de Porfirio, etcétera.
En fin, y en términos generales, el énfasis
pareciera estar puesto en un aspecto concreto: una sensación temporal en la que
no pasa nada distinto a esperar. Quizás no sea muy nuevo, pero sí me sorprende
cómo la película logra hacer que esa sensación temporal del personaje, y de
aspectos como su quietud, tome forma en toda una propuesta estética que dota a
la película de una profundidad simbólica muy sugerente que pocas veces se
encuentra en el cine colombiano. Recomendadísima.