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domingo, 25 de enero de 2015

"La fila india", de Antonio Ortuño (2013): la diferencia entre la novela y el cuento

En medio de tanto trabajo académico, intento rescatar algunos momentos al mes para poder leer o escribir algo. Si saco tiempo para leer no puedo sacarlo para escribir. Y si decido escribir, eso significa que dejo de lado la lectura. El resultado es que tengo que reciclar tiempos, lecturas y textos escritos. Hace un par de meses leí La fila india (septiembre 2013), del mexicano Antonio Ortuño. Estaba en vacaciones, así que tuve tiempo para escribir algo sobre la novela en otro blog. Pues bien, ahora que cuento con menos minutos, he tenido reciclarlo y ponerlo aquí.

La novela de Ortuño es sobre emigrantes centroamericanos en Santa Rita, México: las masacres, los descuartizamientos, las violaciones y los escupitajos de los que son víctimas antes siquiera de haber llegado a su destino en EUA. Además de eso, habla de la burocracia estatal y oenegera alrededor de los emigrantes, de los funcionarios corruptos, etcétera. El relato de Ortuño traza un dibujo bastante horripilante a partir de tres historias centrales y otras que se quedan apenas insinuadas: primero, la de Irma, una socióloga mexicana que viaja a la localidad junto con su pequeña hija para trabajar en la oficina de Migración local. Segundo, la de Yein, una inmigrante centroamericana que ha llegado como sobreviviente de múltiples ultrajes; y tercero, la del padre de la hija de Irma, profesor de preparatoria, que no está con ellas y que encarna un odio radical hacia los emigrantes.

Está bien escrita la novela, pero al final quedo con la sensación de haber leído un cuento largo y no una novela. Tiene 228 páginas en una edición bastante generosa con los espacios y el tamaño de la fuente (Conaculta, Océano y Hotel de las Letras). Me quedo con la sensación de cierto temor de parte de Ortuño a jalar los hilos, a hundirse en una historia que, aunque bien contada, no deja de ser previsible: la cara oculta de los verdaderos jefes que sale a relucir al final pero que en realidad ya sospechábamos desde hacía mucho, las escenas de terror que se avecinan, las acciones que tomarán algunos personajes y, en general, el curso del relato. Los personajes entonces carecen de complejidad: una madre angustiada y acorralada en medio de la violencia, una emigrante con ganas de venganza, un funcionario corrupto, algunos polleros asesinos, un espía, etcétera.

No los aprovecha pero, insisto, había muchos hilos de donde jalar. En los cuentos no estamos obligados a jalar de ninguno de ellos. Por su propia forma, el cuento selecciona sólo algunos de ellos y a nadie (al menos de que se trate una evidente falla en la estructura) se le ocurre alegar que todo pasó muy rápido, que no tuvo tiempo para entender "la psicología" de los personajes, que no se supo "al fin qué pasó"... Pero en la novela tenemos, no la obligación, o digamos que sí: la obligación con los lectores, de desarrollar los nodos o historias que tengan potencial, que suenen interesantes, que nos permitan acompañar a los personajes, verlos titubear, encontrarse, perderse, confundirse, decidirse. Voy a decirlo de una manera tonta de la que seguro luego me arrepentiré (de hecho, por eso este blog se llama Por Publicar...): las novelas se parecen más a la vida. El asunto es que me parece que Ortuño no le es fiel a la promesa implicada en la novela y que, por eso, puedo decir que "me dejó iniciado". La novela está bien contada, pero
 creo que por haberse propuesto un objetivo tan medido, la novela peca de parecerse más, de nuevo, a un boceto que a una pintura. Hasta la portada lo es:



La famosa "Bestia", unas hormigas en la carrilera, algunas cercas de alambre de púas....

Para terminar con la criticadera, quiero mencionar algunos de esos nodos que creo podrían haber sido muchísimo más desarrollados y que le habrían dado a la novela un fuerza inmensa sin salirse del todo del objetivo central... o quizás sí, pero a veces eso suele funcionar: 

1. La burocracia. Gran parte de la novela tiene lugar en las oficinas de Migración: qué bueno habría sido desmenuzar más la vida de los funcionarios y no reducirlos a la corrupción y los chismes (algo como lo que, según entiendo, ya había hecho Ortuño en Recursos humanos)

2. La niña. La niña nunca aparece como personaje sino sólo como motivo de preocupación de la madre. Solo en un fragmento, por ejemplo, aparece, apenas abocetado, el ambiente del colegio al que asiste la niña en Santa Rita: qué bueno habría sido ver al colegio lleno de colores: hijos de los funcionarios estatales, hijos santarriteños (o santarritenses, cómo se diga), peleas, diferencias, tensiones. En comparación recuerdo al personaje niño de Los ingrávidos, de la también mexicana Valeria Luiselli que, aunque con pequeñas e intensas apariciones, termina siendo un verdadero e importante  personaje de su novela.

3. 
Poesía. Este es un asunto más estético y, por ello, igual o más importante. México se presta mucho para la poesía, para una poesía que, como la que me gusta, surge de los momentos de angustia para superarlos o para hundirse en ellos. Angustias visibles y otras más escondidas y personales. Los viajes de migración incluyen las dos y por eso se prestan tanto para la poesía. 

4. Por último: Dinseylandia. La madre y la hija aplazaron un viaje a Disneylandia por culpa del traslado a Santa Rita que da origen a la novela. Qué interesante habría sido verlas allá luego de todo lo ocurrido. Me imagino a la madre fotografiando a su hija abrazada por Mickey Mouse mientras piensa en los emigrantes incinerados de Santa Rita.

Pdta: MJ Navia tiene aquí una reseña favorable a la novela: http://ticketdecambio.wordpress.com/2013/12/18/la-coreografia-de-la-violencia/. En ella dice que la brutalidad de La fila india recuerda a 2666, de Bolaño. Me hace pensar en algo que me contó alguien hace unos meses: alguien (creo que Volpi) dijo que el problema de quienes buscaban imitar a Bolaño era que se conformaban con imitar su forma de narrar (su estilo, sus temáticas, etcétera) olvidando que dicha forma narrativa obedecía a una postura determinada frente al panorama de la literatura universal. No digo que Ortuño busque imitar a Bolaño. Más bien, quien termina ejecutando la imitación es la lectora y no el escritor.

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