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sábado, 10 de enero de 2015

“Ruido de fondo” de Don DeLillo (1985): el ruido de la simulación, el silencio del aburrimiento y el absurdo




Desde hace un par de años, y casi sin darme cuenta, he dejado de creer en todo lo que aparece en una pantalla. Insisto: en todo. Hay cosas en la que todos suponemos que pueden estar engañándonos (el cuerpo de una mujer despampanante) pero hay otras en las que supuestamente deberíamos confiar. Pues yo ya no puedo confiar en ninguna. La última vez me ocurrió con un documental que le ha gustado a todos los que conozco y que a mí me pareció una farsa, un fake: Searching for sugar man. La vi hace más de un año y todavía sigo sospechando, sin ningún fundamento, que Sixto Rodríguez pudo haber sido una creación para el documental. De hecho, hace un par de meses conocí a una mujer que sabía de Rodríguez antes del documental, lo cual debería haber echado al piso mis sospechas que, sin embargo, siguen ahí, impolutas, como hechas de algún material incorruptible. Insisto en que no hay ninguna razón para ello. Ni siquiera tiene que ver con el documental. Tiene que ver con una sensación contemporánea acerca de que, cada vez más, muchas de las cosas en las que antes creíamos pueden convertirse, casi sin darnos cuenta, en sofisticados simulacros, en simples simulaciones, en hagamos-de-cuenta-que acumulados unos encima de otros parecieran terminar en una especie de mundo como-si. En muchos casos decidimos aceptar el simulacro. Como lectores o espectadores llamamos a eso “pacto lector”. Si la novela o la película es buena, aceptamos el como-si y simplemente nos dejamos llevar. No se trata de dejar que nos engañen sino de aceptar un pacto: si
decidimos criticar a un escritor o a un director, nos comprometernos a hacerlo dentro de su propio juego, dentro del acuerdo que establecimos con él. Insisto: no es un engaño, es un acuerdo para divertirnos todos juntos. No ocurre lo mismo cuando las más férreas creencias, las tradiciones que nos mantienen firmes en el mundo, se revelan también como simulacros. Ahí sí hay engaño. Qué ocurre si una monja nos confiesa que, en realidad, las monjas nunca han creído que lo único que han hecho durante siglos ha sido simular, simular para que otros sigan creyendo y para que los escépticos puedan seguir siendo escépticos. Horror.

El ruido de la simulación:

Ruido de fondo o White noise habla sobre simulacros: simulacros de desastres, simulacros religiosos, simulacros amorosos, simulacros de Guinness Records, simulacros de serpientes, simulacros de conversaciones, simulacros cerebrales, simulacros de las palabras, simulacros de memoria. Los personajes de la novela no son más que muñequitos de una comedia trágica: mujeres espías de no se sabe qué, niños encargados de mostrar que todo lo que consideramos natural no es más que mero artificio, monjas de mentiras, adolescentes que quieren encerrarse en jaulas con serpientes mortíferas. El absurdo diálogo entre Jack Gladney (el personaje central) y su esposa sobre quién teme más a la muerte es genial. El ruido de fondo, el ruido blanco que se extiende por toda la novela, es el ruido de un televisor sin señal pero, ante todo, es el ruido de la simulación: “¿Y si la muerte no fuera más que un ruido de fondo?”. Al final de la novela tiene lugar la escena con las monjas a la que me he referido: Jack conversa con una monja alemana en un pueblo perdido de Estados Unidos mientras un hombre es curado por una herida de bala junto a un cuadro en donde el presidente Kennedy y el papa Juan XXIII se estrechan la mano en el cielo (hago groseros cortes para que no sea tan largo):

“Qué dice la Iglesia hoy en día acerca del cielo? ¿Sigue siendo el de siempre, como ése, entre nubes? –dije volviéndome hacia la monja.

Se volvió para lanzar una ojeada a la imagen.

– ¿Piensa acaso que somos tontos? –dijo.

Me sorprendió lo enérgico de su respuesta.

– ¿Qué es, pues, el cielo según la Iglesia si no es la orada de Dios y de los ángeles y de las almas de los que se salvan?

– ¿De los que se salvan? ¿Qué es salvarse? Menuda cabeza de chorlito tiene usted para venir aquí a hablar de los ángeles. Muéstreme un ángel. Por favor. Me apetece verlo.

– Pero usted es monja. Las monjas creen en esas cosas. Ver a una monja es algo que nos pone de buen humor porque son ustedes simpáticas y divertidas, y nos recuerdan que aún existe gente que cree en los ángeles, en los santos y en todas las figuras tradicionales.

– ¿Es usted tan papanatas como para creer en eso? Los no creyentes necesitan a los creyentes. Ansían desesperadamente que alguien crea.

Me sentía fustrado y confundido, a punto de gritar.

– ¿Por qué entonces tiene esa imagen puesta en la pared?

– Esa imagen está destinada a otras personas, no a nosotras.

– Eso es ridículo. ¿Qué otras personas?

– Todos los demás. Aquellos que se pasan la vida convencidos de que nosotras aún creemos. Nuestra tarea en este mundo consiste en creer cosas que nadie más se toma en serio. De abandonar por completo tales creencias, la raza humana perecería. Por eso estamos aquí. Una ínfima minoría que encarna los antiguos conceptos y creencias. El demonio, el cielo, los ángeles, el infierno. De no fingir que creemos en esas cosas, el mundo se derrumbaría.

– ¿Fingen?

– Claro que fingimos. ¿Cree acaso que somos estúpidas? Salga de aquí.

– Los viejos caprichos y embrollos –dije–. La fe, la religión, la vida eterna. Las grandes credulidades humanas de todos los tiempos. ¿Intenta decirme que no se las toma usted en serio? ¿Que su vocación no es más que una pantomima?

– Nuestra pantomima es una vocación.


El simulacro es la vocación del mundo contemporáneo.

El silencio del aburrimiento

Pero hay otro ruido de fondo que no es simulado y que, de hecho, más que ruido es un silencio, es decir, todo lo contrario a una simulación: el silencio del aburrimiento. En medio de un mundo de ficción, los personajes de la novela de Don DeLillo están profundamente aburridos. Un ruido de fondo y un silencio recorren entonces la novela. Las acciones siempre parecen no ocurrir, siempre parecen interrupciones en medio del ritmo cansino que recorre el relato. Dice Murray, un profesor amigo de Jack, que padecemos de marchitamiento cerebral y que necesitamos las catástrofes para combatir el incesante bombardeo de información. Las catástrofes son simulaciones, y las reales se vuelven espectáculo. Todo es ficción. Nada se diferencia. Las acciones en la novela se cubren de un halo de ridiculez y absurdo. Nada termina por ocurrir en realidad: un avión que cae por un motor averiado pero que de repente y sin explicación vuelve a levantar vuelo, una ridícula escena de persecución en la que, con un arma en el bolsillo, Jack corre en zigzag para escapar de un ataque que en realidad no existe, el reto de un adolescente que pretende encerrarse durante semanas en una jaula con serpientes venenosas para aparecer en los Guinness Records, un niño que atraviesa en triciclo una autopista con automóviles a cien kilómetros por hora. Nada termina de ocurrir, todo se mantiene es espera. Nada nunca termina de estar realmente definido, todo parecer una ilusión, un simulacro. ¿En realidad Jack corre peligro por el contacto con una sustancia tóxica? Sus resultados médicos están siempre llenos de datos absurdos, de eufemismos, de diálogos inconsistentes entre paciente y médico.

Simulación y aburrimiento, aventura y letargo. Es una combinación rara. ¿Qué resulta de sumar (si se hace correctamente) la tragedia y la comedia?: simple: el absurdo. Ruido de fondo es una novela sobre el absurdo. Y quién mejor para representar el absurdo que el mismísimo Samuel Becket: “El insomnio está muy bien. ¿Qué gano yo con dormir? Uno alcanza una edad en la que cada minuto de sueño es un minuto menos que tiene para hacer cosas útiles, como toser o cojear”. Genial.

Molloy, Isabeau Doucet

No es una novela de época

En ese sentido, la novela de Don DeLillo no es una novela de época: al contrario, es una novela profundamente visionaria que desde 1985 (tan solo dos años después de que la Web entrara al dominio público y cinco años antes del desarrollo de la World Wide Web) presentía ya un mundo simulado. En la superficie, la novela es un relato básico sobre el consumismo de la clase media norteamericana (dice un bloguero que la novela no es más que una novela de época: “La sociedad norteamericana está obsesionada con el consumismo, la tele, y el miedo a la muerte. Vale. ¿Y?”). Pero en el fondo es muchísimo más que eso, estéticamente y hasta sociológicamente: un ritmo claro, un humor negro maravilloso, un genial homenaje al absurdo, escenas realmente memorables, frases muy inteligentes (“El mundo está lleno de significados abandonados”, “cuando te haces viejo descubres que te sientes preparado para algo, pero no sabes para qué”) y una profunda intuición sobre los síntomas del mundo occidental contemporáneo.

Referencias:

La novela da para muchos asuntos y no a todos les gusta. Aquí algunas otras opiniones:

No le gustó: Es una novela de ciencia ficción http://ellamentodeportnoy.blogspot.mx/2010/10/ruido-de-fondo-de-don-delillo.html

No le gustó: La novela es, básicamente, un relato sobre la sociedad de consumo de los ochenta http://batboyreads.blogspot.mx/2013/04/ruido-de-fondo-de-don-delillo.html

Sí le gustó: No es una novela de época + humor negro http://cultura.elpais.com/cultura/2014/04/24/actualidad/1398336650_989085.html

La reseña desde la filosofía: http://auladefilosofia.net/2014/01/22/don-delillo-white-noise-ruido-de-fondo-1985/

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