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martes, 5 de abril de 2011

Sobre la honestidad... y sobre el toreo

Últimamente ando pensando mucho en la honestidad, en la honestidad que le hace falta al mundo, a las personas, a la academia, a la política, a la música... al mundo en general. Pero ando pensando también en los muchos lugares banales que, aunque llenos de honestidad, de belleza, de pasión, de emoción, solemos ignorar por considerarlos poco serios, poco interesantes, poco reflexivos; y es que justamente ahí está su honestidad: en una emotividad casi imposible de escribir, casi imposible de contar, imposible de reducir a los 140 caracteres del twitter o a los discursos académicos que intentan "civilizarlos". El viernes, a propósito de mis 30 años, y quizás por un exceso de literatura, decidí celebrar ese tipo de honestidad, no la mía por supuesto, ni siquiera la de los 5 invitados, sino más bien la posibilidad de la honestidad; tres hombres, dos mujeres, que de muy diversas maneras, representan la posibilidad de "vivir el mundo sin bostezar": desde la enfermedad, desde el alcoholismo, desde la literatura, desde el tango, desde la salsa, desde el rock, desde la vida privada. Vivir sin bostezar, como lo hacen los boxeadores, como lo hacen los ciclistas, como lo hacen los nadadores profesionales, como lo hacen los toreros. Qué más honesto que un par de piernas inflamadas pedaleando a 70 km/h en una carretera deshabitada, qué más honesto que la disposición a morir del torero Manuel Díaz que se refiere a la muerte como un "gaje del oficio", qué más honesto que el novio de mi amiga arrodillado en las gradas del Estadio El Campín llorando por un gol de Millonarios.

En busca de esa honestidad, ajena a los artificios, a tanta reflexión, a tanta parafernalia, me he venido acercando a los deportes, sobre todo a los que tienen que ver con la violencia (aunque: ¿qué deporte no tiene ver, de una u otra forma, con la violencia?). Y a propósito compré "Toreo de sillón" de Antonio Caballero. Voy a dedicar algunas entradas a citas suyas, y quiero comenzar con la más bonita de las que he encontrado hasta ahora:


"José Tomás no torea, digo, sino que deja que el toreo se haga a través de él, del mismo modo que el arquero zen no apunta ni dispara su arco ni se esfuerza por dar en el blanco. Simplemente da en el blanco. Pues no hay arquero, ni blanco, ni vuelo de la flecha: todo eso es lo mismo, porque no es nada. Y por eso el arquero zen no es bueno, ni malo: es infalible"

1 comentario:

Sandra Milena Rativa Gaona dijo...
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