A veces pienso en los experimentos sin
verdad a los que se refería Walter Lüssi a propósito de la obra de Robert
Walser y que recupera Giorgio Agamben en su artículo Bartleby o de la contingencia en donde analiza Barteby el escribiente, la novela de Herman Melville.
Siempre es útil citar a tantos autores,
más aún si en realidad no se ha leído a ninguno de ellos. Mucha gente lo hace.
De hecho, cada vez más gente lo hace. Conocen las historias, las ideas, pero
cada vez se lee menos, cada vez sabemos más “de a voces”, como un teléfono
roto. Mi amigo Antonio, por ejemplo, escribió un cuento sobre el museo del Hermitage en
Rusia sin nunca haber puesto un pie en ese país. El cuento le salió bien, pero
no gracias a él sino a los autores que ha leído. Lee mucho, cita muchos
autores, pero nunca se ha movido de su escritorio. Y sin embargo le sale bien.
En el cuento Antonio habla del museo, habla de sus salas, de las escaleras, de
la recepción del museo, de los guías y, al final, termina inventando la
historia de un cuadro en blanco supuestamente exhibido en una de las salas.
Para escribir el cuento leyó: El viaje,
de Sergio Pitol, Petersburgo, de
Andréi Biely, leyó a Gogol, y a Kafka y leyó El maestro de Petersburgo de un tal Coetzee a quien no conozco. Con
eso escribió el cuento. No salió bien gracias a él sino a todos los anteriores
que, al contrario que él, sí estuvieron en el museo.
Sin embargo, ninguno de ellos vio el
cuadro blanco del cual habla Antonio en su cuento. Las detalladas descripciones
del Hermitage le permiten a Antonio introducir un pequeño quiebre en la
realidad e insertar un cuadro blanco que nunca ha existido pero que, y aquí la
gracia, podría existir. De hecho, según me contó Julio, de quien ya he hablado,
existió ya en la ficción gracias a Honore de Balzac en La obra maestra desconocida. Así, tenemos hasta ahora un espacio
real, un pintor real –pues a Antonio se le ocurrió, no sé por qué, adjudicar la
extraña obra de arte a Caravaggio–, unos acontecimientos reales –que, según
entiendo tienen que ver con la disolución de la Unión Soviética– y, en medio,
una obra de arte inexistente.
Ahora bien: ¿será posible que alguien
lea el cuento de Antonio y que no sólo crea que en efecto Antonio ha visitado el
museo sino, además, que el cuadro blanco existió? La semana pasada vi cómo en
plena calle una mujer se lanzaba encima de un actor de televisión a quien
comenzó a golpear acusándolo por haber secuestrado a su propio hijo sin que aún
nadie lo supiera. Pero yo vi cuando usted se llevó al niño de la casa, le
gritaba la señora mientras lo zarandeaba de lado a lado. Después de un rato el
sujeto, que había mantenido la calma, terminó zarandeando a la señora y
gritándole que estaba loca, que si acaso no entendía que el de la televisión no
era él sino una actuación, una mentira, un personaje de mentiras. Que si no
entendía, le dijo, que la historia era un invento de un escritor de novelas y
que nada de lo que ocurría allí ocurría en la vida real sino sólo,
exclusivamente, dentro de las pantallas. Al final el sujeto terminó
deshaciéndose de la señora y tomó un taxi mientras balbuceaba algo que no pude
escuchar. Yo no tenía idea de qué novela se trataba pero fue cuestión de
preguntarle a mi hermana, una anciana pensionada que se mantiene al tanto de la
vida de todos y cada uno de los actores de la televisión colombiana, para que
me enterara del título, de los personajes, de la trama, de los nombres reales
de los actores y de sus vidas reales. Llevo un par de semanas viendo la
telenovela y, en efecto, la señora de la calle tenía razón: ese sujeto tenía, y
aún tiene, aunque la policía ya está cerca, a su pequeño hijo de cinco años
secuestrado en un sótano oscuro e insalubre. Lo alimenta muy mal. Lo obliga a
depositar sus heces en un balde cuyo olor hace del recinto un lugar casi
invivible. En dos ocasiones, el sujeto lo ha bañado con agua fría para luego
castigarlo con un rejo de cuero color negro. Cuando llegué a la telenovela el
niño ya llevaba una semana encerrado, desde entonces llevo dos semanas
viéndola, es decir que ya completa tres semanas en ese terrible lugar.
Afortunadamente la policía ya está cerca. Es posible que mañana mismo lo hayan
rescatado.
La pregunta con el cuadro es entonces
más radical aún: ¿Y si no sólo lo creyera un lector sino muchos lectores? O peor
aún: ¿y si un artista en Petersburgo leyera el cuento de Antonio y se le
ocurriera apropiarse de la idea, enmarcara un lienzo en blanco, moviera sus
contactos en el museo y lograra exhibirlo durante por lo menos una semana?
Debo ser sincero: sólo he leído el
ensayo de Agamben. También he leído Bartleby
el escribiente. No he leído a Walser. No sé quién es Lüssi. No he leído a
Pitol. No he leído a Biely. Sí a Gogol y por supuesto sí a Kafka. Sí estuve en
el museo del Hermitage. No vi ningún cuadro en blanco en ninguna de las salas.
Además, no termino de entender a qué se refiere Lüssi con los experimentos sin
verdad aunque sospecho que la idea me es útil para pensar en ese limbo
existente entre la ciencia, a la que me dedico, y la literatura, a la que
supuestamente he huido, aunque, ahora que me he puesto en la labor de llevar
este diario sugerido por Antonio haciendo suya una frase de Pitol, según la
cual uno es los libros que ha leído, la pintura que ha visto, la música que ha
escuchado, las conversaciones que ha tenido, creo que en realidad siempre he
cargado con la literatura a cuestas, así no me haya dado cuenta hasta este
momento.
Dice Agamben que dice Lüssi que un
experimento sin verdad se refiere a una experiencia caracterizada por el
desplazamiento de toda relación con la verdad y que es eso lo que hace Walser
en su poesía, es decir, negarse a conocer el ser de algo en cuanto algo.
Podríamos elevar ese concepto, dice Agamben, a paradigma de la experiencia
literaria. Porque los experimentos no se utilizan únicamente en la ciencia,
sino también en la poesía y en el pensamiento. Pero estos últimos, a diferencia
de los experimentos científicos, no conciernen a la verdad o a la falsedad de una
hipótesis, a la verificación o a la falsación, sino que cuestionan el ser
mismo, antes o más allá de su verdad o falsedad. Son experimentos sin verdad,
porque en ellos no se trata de la verdad.
En fin. Quizás, al igual que el cuadro en blanco del museo del Hermitage o que la novela que tan angustiado me tiene, el mundo no sea otra cosa que un experimento sin verdad.