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miércoles, 16 de octubre de 2013

La velocidad de la luz. Javier Cercas. 2005

La novela de Cercas deja ver dos picos de un inmenso iceberg que se mantiene oculto: el primer pico, el más visible pero menos importante, es la guerra de Vietnam y particularmente la experiencia velada de Rodney, un veterano antiguo integrante de la famosa Tiger force. El segundo, es la experiencia del escritor encargado de escribir la historia del veterano gracias a la amistad que mantiene con él en la ciudad de Urbana siendo profesores universitarios. Conviven entonces dos registros en la novela: el de la guerra y el de la labor literaria. El primero es el de Rodney y el segundo el del narrador escritor. Termina perviviendo el segundo, la lucha de un escritor por escribir sobre la guerra. La pregunta que pervive a lo largo del relato es entonces la siguiente: ¿Es posible escribir sobre el horror?, ¿es posible siquiera entenderlo?

El inmenso iceberg que se esconde debajo es el de lo inenarrable, el iceberg de lo que no puede ser contado, ni escrito ni nombrado, es decir, el iceberg de la Verdad. Dice Rodney cuando recién ha comenzado a tejerse la relación con el escritor: "La verdad es siempre absurda. Las cosas que tienen sentido no son verdad". Y ya desde entonces se plantea la sin salida entre las dos realidades, la imposibilidad de entender y contar lo vivido por Rodney en Vietnam. ¿Y es que acaso la labor de la literatura, de las palabras en general, de la especie humana, no es otra que ordenar, comprender, explicar y, en último término, huir de la incertidumbre? ¿Qué le queda entonces a la literatura cuando se parte de que la esencia de la Verdad es su absurdidad, su ausencia de sentido? La lucha del narrador que busca contar la historia termina entonces reducida al iceberg que vemos en la superficie, a la lucha misma por escribir: el narrador cuenta la historia en efecto, cuenta la experiencia del veterano en My Khe, cuenta su dolor, cuenta su ensimismamiento, cuenta su transformación en medio del Horror, pero lentamente algo va quedando sepultado bajo la superficie, algo que, sospechamos, es lo más parecido a la Verdad.

Una de las cartas escritas por Rodney a su padre después de ocurrido en My Khe deja ver una pequeña luz (aunque luz no en realidad la palabra indicada) de esa Verdad. La transcribo casi completa:

"Ahora conozco la verdad de la guerra. La verdad de esta guerra y de cualquier otra guerra, la verdad de todas las guerras... Todo el mundo conoce aquí esa verdad, sólo que nadie tiene el valor de admitirla. Todos mienten. Yo también. Quiero decir que yo también mentía hasta que he dejado de hacerlo, hasta que me he asqueado de mentir, hasta que la mentira me ha asqueado más que la muerte: la mentira es sucia, la muerte es limpia. Y ésa es precisamente la verdad que todo el mundo aquí conoce (que conoce cualquiera que haya estado en una guerra) y nadie quiere admitir. Que todo ésto es hermoso: que la guerra es hermosa, que el combate es hermoso, que es hermosa la muerte. No me refiero a la belleza de la luna elevándose como una moneda plateada en la noche sofocante de los arrozales, ni a las cintas de sangre que dibujan en la oscuridad las balas trazadoras, ni al instante milagroso del silencio que algunos atardeceres abren en el bullicio sin pausa de la jungla, ni a esos momentos extremos en que uno parece anularse y con él se anulan su miedo y su angustia y su soledad y su vergüenza y se funden con la vergüenza y la soledad y la angustia y el miedo de quienes están a su lado, y entonces la identidad gozosamente se evapora y uno ya no es nadie. No, no es sólo eso. Es sobre todo la alegría de matar, no sólo porque mientras son los otros los que mueren uno sigue vivo, sino también porque no hay placer comparable al placer de matar, no hay sensación comparable a la sensación portentosa de matar, de arrebatarle todo lo que tiene y es a otro ser humano absolutamente idéntico a uno mismo, uno siente entonces algo que ni siquiera podía imaginar que es posible sentir, una sensación semejante a la que debimos sentir al nacer y hemos olvidado, o a la que sintió Dios al crearnos o a la que debe sentirse pariendo, sí, eso es exactamente lo que uno siente cuando mata, ¿no, papá?, la sensación que uno está haciendo algo por fin importante, algo verdaderamente esencial, algo para lo que había venido preparándose sin saberlo durante toda la vida y que, de no haber podido hacerlo, le hubiera convertido sin remedio en un desecho, en un hombre sin verdad, sin cohesión y sin sustancia, porque matar es tan hermoso que nos completa, le obliga a uno a llegar a zonas de sí mismo que ni siquiera atisbaba, es como estar descubriéndose... La guerra permite ir muy lejos y muy deprisa, más lejos y más deprisa todavía, más deprisa, más deprisa, más deprisa, hay momentos en que de repente todo se acelera y una fulguración, un vértigo y una pérdida, la certeza devastadora de que si consiguiéramos viajar más deprisa que la luz veríamos el futuro. Eso es lo que he descubierto... Pero lo que me asquea no es que eso sea verdad, sino que nadie diga la verdad, y estoy a punto de preguntarme por qué nadie lo hace y se me ocurre algo que nunca se me había ocurrido, y es que quizás nadie lo diga no por cobardía, sino simplemente porque suena falso o absurdo o monstruoso... porque las cosas que tienen sentido no son verdad. Son sólo verdades cortadas, espejismos: la verdad es siempre absurda".

Y por eso Rodney no escribe a pesar de ser un lector voraz, porque sabe que de eso no se puede escribir. Por eso todos los soldados de la Tiger force hicieron un pacto de silencio frente a todo lo ocurrido en Vietnam. Decidieron callarlo no por proteger a la patria. Decidieron guardar silencio no para protegerse a ellos mismos. Decidieron hacerlo porque sabían que la Verdad quema y que quizás sea mejor mantenerla oculta o, mejor, porque la Verdad no existe para ser conocida.

El narrador escribe la historia porque es una deuda con su amigo, pero ninguna duda queda de que lo realmente importante se mantiene sumergido debajo del agua helada. La sensación final no es otra que el fracaso de la literatura frente a lo que existe para no ser contado. Becket decía: Nombrar, no, nada es nombrable, decir, no, nada es decible, entonces qué, no sé, no tenía que haber comenzado.

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