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miércoles, 1 de diciembre de 2010

por el cumpleaños número 75 de Woody Allen



"Interiors" (1978)
Woody Allen

No entiendo cómo dejé pasar la emoción que me produjo al momento de verla. Creo que el único motivo, fueron las ganas de ver inmediatamente “gritos y susurros” sobre la cual sí escribí. Ahora siento la necesidad de volver a verla para recordar lo que sentí anoche, y que ahora recuerdo como un peso inmenso, como la inercia de la decepción, la desesperanza y el sinsentido de la vida.
Qué se puede decir de nuevo: la paradoja de unos interiores tan decorados como fríos y vacíos, y ese sinsentido de una vida fracasada. Un exterior siempre representado por el mar: ¿qué representa el mar? Al inicio de la cinta, Renata tiene la mano sobre la ventana en lo que parece la añoranza de su infancia al lado del mar; al mismo tiempo, su padre habla de una supuesta armonía que termina resumiendo como “un palacio de hielo”. Un padre fracasado también que busca sacudirse de esa vida de sacrificios, de una vida entregada a unas hijas a las que ahora les grita que piensen en él, que respeten su felicidad.
Quizás lo que más me conmovió fue esa inercia de la angustia, una “inercia inamovible”; si, una inercia que no se mueve, una inercia que detiene, la inercia del sinsentido. Dos escenas me conmovieron al respecto: la niña de Renata sólo aparece en dos ocasiones (el resto de la cinta pareciera no existir!!); en la primera de ellas, Renata sale del baño tras enjuagarse la cara buscando calmar la depresión, mira a un costado oscuro del corredor, y contra la pared, sola y rodeada de peluches está la niña… ¿algo más decadente? Nada logra “mover”, nada logra motivar, nada logra romper ese estado.
Tampoco lo hace la llegada de la esposa del padre, y ahí la segunda escena: tras el matrimonio la esposa se encuentra feliz bailando jazz (¿quiénes tocan?), sola, un poco ebria ya, feliz, con el resto de la familia como auditorio. Joey la mira con un profundo desprecio y ella se siente agredida; la esposa mueve un brazo descuidadamente mientras baila y arroja un florero al piso destrozándolo en pedazo, destrozando la decoración, destrozando la farsa; Renata, no pudiendo hacer más, se abalanza con una sarta de insultos contra ella agrediéndola desesperadamente como si con ello estuviera golpeando su propia vida.
“El exterior” está representado por la niña, por Joey y por el mar. Nada sin embargo, ni el mar, ni la niña ni Joey, logran romper lo que no es otra cosa que la asistencia a un permanente funeral.
Y no es cualquier funeral. Es el funeral de la familia, es un funeral construido con dedicación, reproducido detalle a detalle. La relación de Joey con su madre es extremadamente compleja: la ama y la odia al mismo tiempo; y quizás la odia porque sin darse cuenta, ha terminado asumiendo su mismo papel en muchas ocasiones, como se lo dice Renata en algún momento.
El mar efectivamente representa el exterior: un exterior embravecido, desconocido. Y no podría ser otra la muerte de la madre, no podría morir de otra manera que por ese exterior que nunca había sido capaz de enfrentar por querer decorarlo todo. El mar siempre amenazante se la traga como en algún momento intentó hacerlo con Renata.
Las aguas, al final, ni siquiera se mueven.

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