Datos personales

sábado, 8 de marzo de 2014

Leopoldo María Panero. In Memoriam

Decía Panero en mil novecientos setenta, con treinta y dos años, es decir los mismos que tengo yo ahora enterándome de su muerte: “Vivo dentro de la fantasía paranoica del fin del mundo y no sólo no quiero salir de ella sino que pretendo que los demás entren en ella. Todas mis palabras son la misma que se inclina hacia muchos lados, la palabra FIN, la palabra que es el silencio, dicha de muchos modos”. La palabra que es silencio dicha de muchos modos. Murió Panero con sesenta y cinco años de edad. Murió solo en la Unidad Psiquiátrica del Hospital Rey Juan Carlos I en donde era tratado desde el noventa y siete.

Pienso en él y lo que se me viene a la cabeza no son poemas, sino una combinación entre rabia y compasión. Se me vienen a la cabeza dos imágenes. La primera es la de Enrique Vila-Matas que se lo cruza en un parque hace ya muchos años. Vila-Matas camina cuando ve a Panero sentado en un banco con los ojos cerrados y con esa terrible apariencia de indigente que espantaba hasta a sus más cercanos. Vila-Matas decide continuar caminando y hace que sus pasos se hagan sigilosos para no despertar al sujeto a quien ha tenido que aguantar en un par de reuniones junto con Ana María Moix (fallecida el pasado veintiocho de febrero). Vila-Matas camina despacio e intenta no mirarlo. Leopoldo sigue con los ojos cerrados y parece un manojo de trapos sucios desintegrándose entre el polvo y la luz. Justo cuando Enrique cree que ha logrado superar el espectro, Leopoldo se levanta de repente, abre los ojos, estira la mano y le pide una limosna. Asustado, Enrique escarba en el bolsillo de su abrigo, saca algunas monedas, se las entrega y sale despavorido. Panero mira los circulitos plateados en su mano, los guarda y se vuelve a echar sobre el banco.

El segundo recuerdo que se me viene a la cabeza mientras pienso en su muerte es muy posterior, de mil novecientos noventa y cuatro. Ya Panero está viejo. Lleva varios años en el Hospital de Mondragón y se queja de que nadie lo visita. Se queja particularmente de que su hermano menor, Michi, protagonista de Lejos de Veracruz de Vila-Matas, nunca lo haga. Ricardo Franco ha decidido hacer la segunda parte de El desencanto, el documental de Jaime Chávarri de mil novecientos setenta y seis. Franco se dedica a alternar testimonios de los tres hermanos Panero pero se centra en la figura de Michi. Leopoldo ya casi no habla y las tomas en la habitación del hospital son realmente tristes. El recuerdo, la imagen que no se me ha salido en toda la noche de hoy, corresponde al final del documental de Franco llamado "Después de tantos años". Michi está hablando sobre la muerte. Está sentado sobre una lápida. Hace años no ve a Leopoldo. Ha sido explícito en decirle a Franco que no quiere ver a su hermano, que haga las tomas en espacios y momentos distintos. De repente, en el encuadre de Michi aparece Leopoldo. Lleva las manos en los bolsillos y camina como a punto de caerse. Está flaco y sonríe. Michi mira de reojo y ve a su hermano acercarse. Sigue hablando como si no lo viera: "bueno, aquí se supone que descansan los huesos de la familia Panero. En estas tres tumbas se esconde el hipotético enigma de la familia Panero, que no es tal, porque la familia Panero es una familia normal en la que de pronto surge una generación de hermanos absurdos que somos nosotros". Michi mira de reojo, sonríe un poco y continúa "... y donde aparece mi hermano Leopoldo para darme la sorpresa de final de año". Leopoldo se acerca y quedan uno al lado del otro y, al lado de ambos, la tumba de la familia. Leopoldo deja salir esa risa tan característica suya, tan abismal, tan risa de loco, tan perdida, y entonces mira a la cámara moviendo extrañamente la boca. Pero, vamos, dice Michi, me alegra mucho verte. Leopoldo le pone tímidamente una mano en el hombro y le dice: "tenía ganas de verte, joder". Michi mira a la cámara y dice "ja, sí. Creo que todos estamos muertos ya. Sólo quedamos nosotros dos, porque Juan Luis no tiene nada que ver, Juan Luis es de otra familia. El fin de la familia Monster. Qué tantos muertos, joder". Leopoldo se carcajea. Luego caminan los dos juntos y salen del cementerio. Se ríen. Hacen chistes. El documental termina con los dos visitando la vieja casa, ya en ruinas, de los Panero, de Felicidad Blanc y de Leopoldo Panero. Leopoldo María lleva la mano puesta en el hombro de su hermano menor. Aquí estoy yo, Leopoldo María Panero, hijo de padre borracho y hermano de un suicida, perseguido por los pájaros y los recuerdos que me acechan cada mañana.



Era un muy buen poeta Leopoldo María. Odiaba que le dijeran poeta maldito. Le gustaba aplastar las colillas de los cigarrillos con la suela del zapato y decir que así sentía que se los estaba cargando a todos. Entonces se reía. En el documental Michi decía que su hermano había aprendido a jugar el papel de poeta perdido, loco y borracho. Que había creado su propio personaje y que se lo había creído. Leopoldo María aprendió a hacer de su tragedia un espectáculo. Odiaba que se lo dijeran pero sabía que era así. No le gustaba que fuera de esa forma pero no tenía otra. Estaba condenado a pasear su miseria y a que todos lo viéramos, a que lo filmaran casi desnudo en la habitación del psiquiátrico, a que lo viéramos comiendo mientras la comida saltaba de su boca. Leopoldo María encarnaba una de las más aterradoras manías de nuestros tiempos: hacer del horror y de la tragedia un espectáculo mediático. Yo mismo llegué a verme contando anécdotas suyas mientras me reía. Con el tiempo terminé sintiéndome mal y dándome cuenta de lo estúpido que había sido.

Hace unas horas alguien me decía que de no ser así, de no haber arrastrado con esa tragedia, Leopoldo María no habría sido el escritor que fue. ¡Pues que no lo hubiera sido!, ¡que no hubiera escrito nada!, ¡que nunca lo hubiéramos conocido!

Su editor, Antonio Huerga, dijo hace un rato: “¿Incinerarlo? ¿Enterrarlo? ¿Quién decide? Leopoldo no tenía a nadie”. Un mensaje en la página de Facebook de la editorial dice: “Leopoldo María Panero está en Tanatorio San Miguel sala 202, por si quieren acudir. Sólo estamos tres personas. Qué paradójico”.


Que descanse en paz. Lejos de nosotros.