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miércoles, 14 de noviembre de 2012

Percival Bartlebooth en "La vida instrucciones de uso" de Georges Perec

Repeticiones. Series. Viajes. Volver al inicio sin dejar rastro. El silencio. Los detalles. Las obsesiones. La disciplina. La creación – la cancelación. La planeación minuciosa. El largo plazo. La antigüedad. Los fragmentos. La posibilidad del conjunto. La imposibilidad del conjunto.

Percival Bartlebooth, uno de los personajes principales del monumental rompecabezas literario de Georges Perec, La vida instrucciones de uso, es quizás el que mejor recoge las obsesiones y el proyecto mismo del autor francés: se dedica a pintar acuarelas y convertirlas en puzzles con la ayuda de sus colaboradores Winckler y Kusser, para luego reconstruirlos intentando que no quede rastro alguno del proceso. En la obra, escrita en 1978, los puzzles se convierten, justamente, en la mejor metáfora de la vida en el mundo contemporáneo. Los puzzles –enigmas– hablan de un mundo fragmentado cuyas piezas sólo adquieren sentido una vez se ha tenido acceso, o se ha reconstruido mejor, el conjunto completo. La función de Barltebooth en la obra de Perec pareciera así reproducir la historia de gran parte de la humanidad: crear un mundo unitario, quebrarlo sutil, disciplinada y obsesivamente en pequeñas piezas, armarlo nuevamente y, finalmente, buscar hacer de él lo más parecido al mundo original. La humanidad sumergida en este juego se encontraría apenas, para ser condescendientes, en el proceso de desbaratar, aunque no tan consciente ni disciplinadamente por supuesto, las pinturas originales.

Lo más interesante es que, sin embargo, el mundo original que Bartlebooth ha creado deja de existir irremediablemente; lo que se logra después de la reconstrucción es un mundo bastante similar pero que, por más que se esfuercen él, Kusser y Winckler, guardará ahora un plus que antes no existía: las huellas del trabajo de la reconstrucción. Unas huellas que, desde entonces, serán parte fundamental de un nuevo y original mundo. De hecho, será cada puzzle armado el que al final termine convirtiéndose, él mismo, en una pieza que unida con las otras permitirá reconstruir la vida de su creador Bartlebooth. Historias dentro de historias, fragmentos entre fragmentos, piezas entre piezas.

Pero además de ser una perfecta metáfora de la vida -hace unos días alguien me decía que Perec era más sociólogo que literato- la obra del escritor se convierte quizás en el ejemplo más radical de lo que mencionaba Bolaño acerca de la imposibilidad, después de escrita La invensión de Morel de Bioy Casares, de seguir escribiendo novelas que se basen tan solo en el argumento, que se sostengan tan solo en el relato de una historia lineal. La literatura se convierte entonces, como ya muchos han dicho, en una labor de detectives, de unión de fragmentos y, por qué no, del fracaso en el intento de encontrar el conjunto.

Sin más, aquí transcribo el sucinto proyecto vital de Bartlebooth narrado en “La vida instrucciones de uso”:

Bartlebooth decidió un día que toda su existencia quedara organizada en torno a un proyecto cuya necesidad arbitraria tuviera en sí misma su propia finalidad.

Se le ocurrió esta idea cuando tenía veinte años. Fue primero una idea vaga -¿Qué hacer?-, una respuesta que se iba esbozando: nada. No le interesaba el dinero, el poder, el arte ni las mujeres. Tampoco la ciencia, ni tan siquiera el juego. A lo sumo las corbatas y los caballos o, si se prefiere, imprecisa pero palpitante tras estas fútiles ilustraciones (aunque millares de personas orientan eficazmente su vida alrededor de sus corbatas y un número mucho mayor aún alrededor de sus caballos del domingo), cierta idea de perfección.

Idea que se fue desarrollando durante los meses y los años siguientes, articulándose alrededor de tres principios rectores:

El primero fue de orden moral: no se trataría de una proeza o un récord: ni escalar un pico ni alcanzar una fosa marina. Lo que Bartlebooth hiciera no sería espectacular ni heroico.; sería simple y discretamente un proyecto, difícil, pero no irrealizable, dominado de cabo a rabo y que dirigiría la vida de quien se dedicara a él en todos sus pormenores.

El segundo fue de orden lógico: al excluir todo recurso al azar, el proyecto haría funcionar el tiempo y el espacio como coordenadas abstractas en las que vendrían a inscribirse, con una recurrencia ineluctable, acontecimientos idénticos que se producirían inexorablemente en su lugar y fecha.

El tercero, por último, fue de orden estético: el proyecto, inútil, por ser la gratitud la única garantía de su rigor, se destruiría a sí mismo a medida que se fuera realizando; su perfección seria circular, una sucesión de acontecimientos que, al enlazarse unos con otros, se anularían mutuamente. Batlebooth, partiendo de un cero, llegaría a otro cero, a través de las transformaciones precisas de unos objetos acabados.

De este modo quedó organizado concretamente un programa que se puede enunciar sucintamente del modo siguiente:

Durante diez años, de 1925 a 1935, se iniciaría Bartlebooth en el arte de la acuarela. .

Durante veinte años, de 1935 a 1955, recorrería el mundo, pintando, a razón de una acuarela cada quince días, quinientas marinas de igual formato (65 x 50 o 50 x 64 standard), que representarían puertos de mar. Cada ve que estuviera acabada una de estas marinas, se enviaría a un artista especializado (Gaspard Winckler) que la pegaría a una delgada placa de madera y la recortaría, formando un puzzle de setecientas cincuenta piezas.

Durante veinte años, de 1955 a 1975, Bartlebooth , de regreso en Francia, reconstruiría, siguiendo su orden, los puzzles así preparados, a razón, una vez más, de uno puzzle cada quince días. A medida que se reconstruyeran los puzzles , se reestructurarían las marinas, de tal manera que pudieran despegarse de s soporte, trasladarse al lugar mismo en el que -veinte años atrás- habían sido pintadas y sumergirse en una solución detersiva, de la que saldría una simple hoja de papel Whatman intacta y virgen.

Así no quedaría rastro de aquella operación que durante cincuenta años habría movilizado por entero a su autor.