Sin remedio no es una novela sobre Bogotá. Al mismo A.
Caballero le salen chispas por los ojos cada vez que un periodista se refiere a
su novela de esa forma: podría haberla escrito con cualquier otra ciudad del
mundo como escenario, ha dicho muchas veces (París por ejemplo, como ocurre en El buen salvaje). El centro de SR es, y ahí su gran conexión con EBS, la dificultad de escribir: poesía,
en el caso de SR, novela en el caso
de EBS. Las dos novelas giran
alrededor de ese asunto: el humor ácido de los protagonistas de ambas novelas,
su profundo escepticismo ante cualquier empresa humana (que tanto recuerda a Maqroll el Gaviero de Álvaro Mutis), su conciencia de clase por llamarla de
alguna manera, su horror ante los panfletos políticos como forma de vida
(vengan de donde vengan), sus opiniones tan políticamente incorrectas y, en
fin, su torpeza y desinterés por comprometerse con cualquier cosa (sobre todo
ellos mismos), todo ello, gira alrededor del ejercicio de la escritura.
Queda la
pregunta acerca de por qué Caballero hijo nunca parece haber mencionado (no que
yo sepa) las profundas semejanzas (que para mí resultan siendo una deuda a la
novela de su padre) entre las dos novelas (sin querer ignorar sus profundas
diferencias también): la escena en el taller de las pintoras por ejemplo (llena
de comunistas escritores y pintores) en donde el personaje termina concluyendo:
“1. Todos y cada uno de los contertulios están a punto de realizar una obra
maestra; 2. Todo lo que ya se ha hecho en el mundo, desde los sumerios hasta
nuestros días, no es sino un entremés del plato fuerte que cada uno de ellos
está cocinando en su taller de pintura, o en su mesa de café, o en la
biblioteca de su universidad; 3. Quien no es comunista es un reaccionario
abominable”, guarda una increíble semejanza con las tantas reuniones que
sostiene Ignacio Escobar con Federico (¡que además también es pintor!) y Ana
María (ambos comunistas por supuesto), y en una de las cuales Ignacio pronuncia
una de mis diálogo favoritos de la novela: “Quédese quieto, Federico. Es mejor
no hacer nada. La gente que hace cosas es por lo general profundamente dañina…
yo soy como una planta tranquila en su maceta, sin molestar a nadie, dedicada a
placeres inocentes como la transmutación de la luz en color, que es tan difícil,
del aire en flores… cómo se llama eso: la diálisis, la heliofilización”.
También aparecen semejanzas sorprendentes en cómo describen a los transeúntes y
sobre todo a los pasajeros del Metro, en París, y de los buses, en Bogotá:
ambos autores no dudan en compararlos de la misma manera con el olor agrio de
las basuras y la podredumbre en general. En fin, la lista sería infinita: ¡hasta
el gusto de los dos protagonistas por hacer espuma mientras orinan aparece en
las dos novelas! Queda la pregunta entonces sobre el silencio de A. Caballero
sobre todo esto. A pesar de ello y sin ninguna duda, quizás solamente porque
vivo en Bogotá, sigo prefiriendo Sin
remedio.