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viernes, 17 de febrero de 2012

Falsas salidas, falsas entradas: Bar de tango en Medellín

Bar "Adiós muchachos". Medellín. El Palo con Bomboná

Hicimos un recorrido por varios bares de tangos en Medellín el pasado diciembre. Este fue el segundo y particularmente me sorprendió una cosa: contrario a como ocurre en Bogotá, el tango en Medellín está más relacionado con sus verdaderos orígenes, con los sectores populares, los vendedores ambulantes, los viejos abandonados, las prostitutas; este bar estaba lleno de gente así: sencillamente se trata de una apropiación menos ilustrada que en Bogotá.

La escalera habla por sí sola. Nunca supe a dónde llevaba ni cómo se subían a ella; lo más probable es que, como en todos los otros casos, perdió su función natural... sin embargo, sigue siendo una escalera, y de eso se trata.

miércoles, 15 de febrero de 2012

Toreo

La Santamaría, 23 de enero 2012. Daniel Luque al fondo

Hay cosas de las que no se puede hablar, tampoco escribir. No se puede hablar ni escribir de lo que siente un boxeador en medio del cuadrilátero; tampoco de la sensación de permanente huida de un ciclista; tampoco de la emoción en medio de una gallera, y tampoco de la emoción al ver el espectáculo de la fiesta brava (aunque lo que menos me gusta sea justamente ese ambiente fiestero: que el público pida “música, música”, o que que grite “que viva Colombia”).
Sencillamente el fragmento de un relato sobre el toreo a propósito de la Temporada en Bogotá:

"Al igual que las riñas de gallos, también la tauromaquia le generaba profundas emociones; sentía que en ellas se veía al ser humano reconociéndose como animal, pero un animal con capacidad de ordenar el mundo, de  volverlo artificio, de hacer arte con él; para él se trataba de algo mucho más complejo que el “asesinato” de un animal; creía que quienes se iban lanza en ristre en contra de la tauromaquia no habían podido nunca explicar el profundo amor, adoración, obsesión, que los toreros y los ganaderos sentían hacia los toros, una parecida a la de los galleros frente a sus gallos y que, por supuesto, no era solamente un asunto económico. Lo que más le atraía de las corridas era ver los coqueteos del torero, ver cómo para toro y torero desaparecía el resto del mundo, cómo se comunicaban entre ellos a través de miradas, de pequeñas señales que sólo ellos, no el público, ni los expertos, ni los escritores, ni los periodistas, lograban entender. Odiaba las justificaciones racionales, humanitarias, que no hacía más que juzgar todo lo que no fuera políticamente correcto, lo que no fuera producto del consenso, lo que no estuviera en las constituciones, en las leyes, en las reglas de las sociedades; frente a ellas prefería las maneras como siempre se habían hecho las cosas, la tradición, el arte quizás. Por eso odiaba las retahílas democráticas sobre lo inhumano que era matar a un toro. Para él, seguía siendo el mejor espejo, junto con los gallos, para los humanos; toda una tragedia, solía decir; y no una tragedia cualquiera, no una obra de teatro, no una ópera: en los toros, el amor entre los dos que se miran fijamente a los ojos como si no existiera nada más en el mundo, la indiferencia del torero cuando después del coqueteo da la espalda y se aleja, el péndulo entre la traición y el amor, la traición final del torero al sacar una espada brillante que el toro ya ni siquiera entiende porque siempre ha sentido que es a él a quien aplauden y el torero el que huye, todo ello, como en ninguna otra tragedia, culmina, necesariamente, en la vida y en la muerte; y si en caso de un indulto no ocurre de esa manera, no hay un solo minuto en el que toro, torero y espectadores hayan dejado de pensar en ello; su amor por el toreo no necesitaba de más justificaciones que esa".