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lunes, 27 de junio de 2011

Winter's Bone (Lazos de Sangre). Debra Granik. 2010

Imposible no pensar en Terrence Malick. Winter's bone, o la manera como la tradujeron aquí: Lazos de sangre (que de hecho me gusta más), es todo un ejemplo de cómo contar de manera sencilla una historia, pero dotándola de una increible seriedad, complejidad y honestidad. En Tokyo-Ga, película de Wenders sobre Jazujiro Ozu, el director alemanán se refiere a la inmensa capacidad para contar sin juzgar, ver sin querer demostrar; pues "Lazos de sangre" es eso (aunque se pueda decir que quiere hacer visible la realidad del crack en EU no es eso lo más importante). Es un acercamiento complejo a un Estados Unidos rural del que casi nunca se habla, aquellas zonas de los bosques en donde se produce, se consume y se comercializa el crack; zonas de familias descompuestas y de adictos dispuestos a hacer cualquier cosa para sostener el negocio.


"Lazos de sangre" transita por temas tan trillados como la drogadicción, la policía, las familias descompuestas, sin caer en un sólo lugar común y creo que allí está su gracia: Ree, una joven de 17 años encargada del cuidado de sus dos hermanos y de su madre enferma, no es la típica niña llorona que cruza por los más increíbles infortunios orientados únicamente a hacernos llorar; pero no es tampoco la niña-niño, niña-adulto, niña-hombre obligada por el contexto a olvidarse de su niñez y su feminidad, como sí ocurre por ejemplo con True grit (Temple de acero), la última película de los Hermanos Coen. Ree, maravillosamente interpretada por Jennifer Lawrence (X-men), es un personaje duro, cómo no serlo, pero que nos muestra con una que otra escena, que sigue siendo una niña de 17 años ingenua y hasta tierna. La escena en la que debe cortar las dos manos de su padre, es muy buen ejemplo de ello porque justamente logra escapar tanto de hacer de la escena una profunda tragedia (un llanto incontrolado de Ree que le impidera hacer lo que debía por ejemplo) como de dotarla de la insensibilidad típica de un grupo de narcotraficantes. Así suene fácil, acercarse a personajes de este tipo sin caer en los prototipos, sin exagerar aspectos de su carácter, etc., no resulta nada fácil. De otro lado, está el típico asunto de los malos y los buenos, particularmente prototípicos cuando se trata de la violencia: víctima o victimario, a eso se reduce todo. Teardrop, tío de Ree es el más claro ejemplo de cómo la directora evita este camino: la manera como transita de ser uno de los peores personajes de la película a convertirse en el principal cómplice de la sobrina, es un camino que la directora Debra Granik (aunque realmente creo que los méritos son de Daniel Woodrell, el autor de la novela original) recorre adentrándose en la complejidad interna del personaje: la importancia de sus lazos familiares, su soledad, la sensación de no tener nada que perder, etc., hacen que Teardrop se convierta en un sujeto mucho más complejo de lo que podría ser.

Por último está la música, un manejo muchísimo más serio, menos cursi, de lo que podría haber sido. Perfectamente la música podría haber sido utilizada como una especie de catarsis, o de acompañante del final feliz. Sin embargo, aunque la música siempre está presente, no es explotada como herramienta narrativa que le dé fuerza a ciertos sentimientos, particularmente la nostalgia o, más aún, a un final feliz en el que todos se reconcilian: cuando Teardrop toma el banjo casi al final, cuando todo se ha solucionado ya, esperamos que toque la canción de la reconciliación, que nos haga entender que ya todo pasó, que empieza un nuevo día. Pero no: por mucho conoce cuatro notas que toca sin mayor gracia, después de lo cual decide abandonar el instrumento. Pero hay una segunda oportunidad, "esta vez sí", nos decimos, llegó el momento que nos permitirá salir con una sonrisa de tranquilidad: el banjo lo toma la niña de seis años, sus hermanos sonríen al verla, pero bueno... nuevamente decepción, no es más que una escena bonita pero nada más, nada que nos permita sentir que efectivamente todo mejoró.

Lazos de sangre es una película cruda pero profundamente realista, profundamente honesta. Yo insisto que se debe a la novela más que a su traducción en la pantalla. Habrá que leerla. Por ahora, ya la he visto dos veces en la última semana y cada vez me convenzo más de que resulta un excelente manual para saber cómo contar historias decentemente.