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domingo, 13 de febrero de 2011

Rocky I (1976)


También disponible en: http://cahiersdedvd.blogspot.com/2011/08/rocky.html
Rocky I (1976)
Guión de Sylvester Stallone (Futuro mercenario contraguerrillas)
Producción de Irwin Winkler y Robert Chartoff (quienes cambiaron el guión para hacerlo menos "oscuro y triste")
Dirigida por John Avildsen (director de Karate Kid I, II y III, Van Damme's inferno, entre otras)

Pero, a pesar de ellos, una muy buena tragedia.

Rocky es un claro ejemplo de los extraños tránsitos de los productores culturales en la industria del cine y del consumo en general. Con los años, la película terminó reduciéndose a "el filme que lanzó a Sylvester Stallone al estrellato", a una historia de boxeo, una película de acción, y sobre todo, una película acerca de la importancia del esfuerzo del individuo. Sin embargo, Rocky posee componentes importantísimos de una buena tragedia, del distanciamiento burlesco frente a la idea del triunfo/fracaso y de un posicionamiento retador frente al espectador. Ahora, puedo decir tranquilamente que Rocky hace parte de dos corrientes de importancia vital en la historia del cine dedicado a contar, de múltiples maneras, las paradojas de la modernidad: de un lado, el fracaso o la inutilidad del american way of life, y de otra, las historias dedicadas a personajes cuyo posibilidad de alcanzar dicho sueño, está cifrada exclusivamente en su cuerpo, en lo que un cuerpo fuerte o bello pueda hacer y representar ante un público cada vez más morboso e indiferente. Rocky combina estas dos cosas en la historia de un boxeador italiano inmigrante en Estados Unidos, tímido, torpe, introvertido y fracasado en medio de una historia de amor con una chica más tímida, ensimismada que, en términos de su primo, no es más que una loser. Aunque ni su escritor, ni sus productores ni quizás su director lo tenían en mente, Rocky representa no sólo el fracaso en el camino del éxito de un boxeador, sino sobre todo, la renuncia a dicho camino. Sobre este segundo aspecto quiero hacer énfasis, y sobre todo, en la manera como la renuncia de Rocky en medio de la historia, pone en evidencia la incapacidad del espectador para hacer lo mismo.

Y es que, al menos en su primera versión, Rocky nunca gana; y no porque no pueda o porque la pelea esté arreglada, sino sobre todo porque no lo tiene en sus planes; a pesar de que se le presenta LA gran oportunidad, Rocky decide no entenderla como un escalón en el camino al triunfo o como el trastabilleo final antes de caer al fondo. Esta ruptura en el camino, hace que Rocky no pueda ser reducida a una historia de redención, en recompensa por una vida llena de sufrimientos típicos: la pobreza, la falta de apoyo, la timidez, la migración; no se trata de una moraleja sobre todo lo que puedes lograr si te esfuerzas lo suficiente… just do it!; no se trata de una lección para decidirse a “coger la vida por los cuernos”. A pesar de que haya sido la herencia de la película (por culpa del mismo Stallone, de los productores –que recortaron partes que hacían la historia más triste y trágica–, y del mismo director, que luego se acomodaría con historias como Karate Kid), esta no es una historia de autosuperación. Pero tampoco es una de fracaso. En vez de entender la pelea como a great chance, Rocky decide no recorrer el camino en el que vences o te vencen, en el que triunfas o fracasas; ha dado un paso al lado para alejarse de ello, para alejarse y sobre todo para burlarse, aunque quizás sin darse cuenta, de todos los presentes, en la pantalla y por fuera de ella.

Se trata de una especie de lección (seguramente no pensada por Stallone, los productores o el director) para el espectador. Mientras nosotros seguimos esperando el veredicto de la pelea, Rocky ya no está ahí, se ha ido, se ha ido en un grito buscando a su novia, está en otro lado, está dándole la espalda al jurado, al público y a nosotros. Mientras mantenemos la expectativa y cruzamos los dedos para escuchar: “and the winner is… Rocky!” y nos imaginamos al público eufórico ovacionándolo, redimiéndolo, ¡¡como si haciéndolo nos estuviese redimiendo a nosotros mismos!!, Rocky, el héroe, está lejos de ahí, ha renunciado a todo, a todos. Dando la espalda Rocky ha entendido de qué se trata el juego; nosotros, que nos mantenemos de frente y con los ojos abiertos, somos los que seguimos sin enterarnos de nada; como espectadores, continuamos ahí, en el camino trazado de antemano; no logramos escapar a la trampa que nos hace anhelar que la pantalla nos lleve de la mano a presenciar el triunfo de los débiles y, con ellos, del nuestro propio.

Rocky ha escapado a esa trampa, mientras nosotros no podemos evitar sentir la sensación de fracaso, del fracaso de alguien que ya no está y a quien ni siquiera le importa, pero sobre todo, la sensación de nuestra propia frustración, de nuestro propio fracaso. Rocky I no es la gran tragedia, pero sin duda debe ser valorada, al menos, como algo más que una película de acción.